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Entre los haces de leña que se deshacen en polvo, las ruedas de engranaje inservibles y los restos de los diez últimos años, aparecen varios sacos de harina y de avena; al lado se ve un buen número de utensilios pequeños: martillos, tenazas, cepillos, cuchillos de mesa.

¡Mamá, no sabes lo que han hecho en mi cuarto esos chicos! profirió Eulalia con trabajo y dispuesta a sollozar. ¡Todo lo han revuelto y estropeado!... ¡Los polvos de los dientes llenos de agua!... ¡Los frascos de esencia abiertos y menos de mediados!... ¡El jabón hecho una repla!... ¡Los cepillos de dientes por el suelo!... ¡La esponja llena de porquería!... ¡La colcha de mi cama llena de betún!

Vagó un momento por entre sedas vistosas, flores contrahechas y perfumes lascivos, vio pendientes de los muros del templo los cepillos que pedían dinero, leyó en los corazones el ánsia de riquezas, y ante la impureza de las concupiscencias humanas, su alma se anegó en la tristeza infinita que experimenta el sacrificio estéril y olvidado... mientras en todo el ámbito del templo repercutía el sonido de la moneda de oro golpeada contra la bandeja de plata.

Luego fue Rafaela a la rua do Ouvidor, donde están las mejores tiendas, y en la perfumería de moda, compró cepillos de dientes y pelo, polvos y loción vegetal para limpiárselos, y aguas olorosas, cosméticos, peines y otros utensilios de tocador. Este fue el primer regalo que hizo Rafaela a D. Joaquín, que tal era el nombre de pila del Sr. de Figueredo.

Ojo, pue, con el pico, ¿eztamo? Pues no diremos nada de las cerdas que le salían por las manos y las muñecas, que podían competir muy bien con las de los cepillos más ásperos.

El de bañarse, fregarse y escamondarse, fue el primero que les inspiró, y para que le lograsen, como le lograron, los introdujo en unas maravillosas termas, donde brochas y suaves cepillos automáticos los ungieron con aromático y espumoso jabón y les dieron gratas y purificantes fricciones.

Eché una mirada a mi alrededor... Una bujía solitaria ardía sobre una consola, en la que se veían cepillos, peines, alfileres para los cabellos; colgaban a lo largo de las paredes mantas, sombreros... ¡Ah! aquel era el tocador de las damas. Y poco a poco fui comprendiendo lo que había pasado.

Pero a quien hay que darlos es a Guillermina que es la que sabe agradecer. ¡Ah! Se me olvidaba decirte otra cosa. Me invitó a ir a visitar su asilo, mejor dicho, nos invitó a las dos. Iremos. Ese día estrenaré mi abrigo nuevo y la falda que te piensas hacer. Habrá que echarle algo en el cepillo; pero no importa. Otros petitorios me enfadan a ; que a los cepillos no les temo.

Pido disculpa al señor ministro por la irreverencia, pero cúmpleme repetirlo: su aire era el de un boticario, acostumbrado a lidiar con potingues y menjurges, y así eran los emplastos de sus decretos y las cataplasmas de sus discursos; o si no, también, el de un sacristán, hecho a soliviar los cepillos de su iglesia, y así usaba las uñas largas; pero, ¿el de un ministro? nequaquam.

Entre los cepillos, botes de perfume y pulverizadores parecía reinar la fotografía de un hombre encerrada en un marco de níquel. Era un buen mozo, de mandíbula enérgica, bigote recortado, ojos imperiosos y una gran flor en el ojal de la solapa.