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¡Al caer las hojas!... Aborrecía los árboles cuyos ramajes se desnudaban como esqueletos del otoño; huía de ellos como si su sombra fuese maléfica, y adoraba una palmera que el siglo anterior plantaron los frailes, esbelto gigante con la cabeza coronada de un surtidor de ondulantes plumas. Aquellas hojas no caían nunca.

María Teresa era bondadosa; después de haber juzgado la acción de su prima, le buscó circunstancias atenuantes. Espiritual, alegre, con un rostro de facciones regulares, Diana carecía de ese encanto femenino que poseen a veces las más feas; su talle era poco esbelto, su cabellera pobre y su tez sin frescura. La atendían de buena gana, pero si sus amigas se ponían a su lado, no la miraban más.

Sin oprimir su esbelto talle, le ceñía amplia zona de púrpura recamada de perlas, sosteniendo las flotantes ropas talares de cándido lino, que descendían en artísticos pliegues y dejaban adivinar la armoniosa corrección del delicado cuerpo.

Harto sabía su padre que no pasaría de codicia y fingimiento lo que su hija inspirase, pues no tenía más encantos que el pelo abundoso y negro, la voz dulce y el mirar inteligente. El cuerpo no era esbelto, ni el andar airoso, ni las facciones delicadas.

Era Obdulia bonita, de facciones delicadas, tez opalina, cabello castaño, talle sutil y esbelto, ojos dulces, habla modosita y dengosa cuando no estaba de morros. No puede imaginarse ambiente menos adecuado a semejante criatura, mañosa y enfermiza, que la miseria en que había crecido y vivía.

Pasa un perro rojo con las gruesas orejas cercenadas, y luego otro perro blanco, y luego otro perro a planchas blancas y negras, y luego otro perro negro el que he visto en el patio de la posada , esbelto y fino.

En realidad, le había interesado, aunque ligeramente, esta desconocida, rubia, alta, con un aspecto de vigor esbelto, de ágil soltura, como las gimnastas y las amazonas. Pues es «la Generala» continuó Castro, sin parar mientes en la falta de curiosidad de su amigo . Este generalato no hay que tomarlo en serio. Es un apodo cariñoso.

La brisa columpiaba las flores, leda y gentil, muy acariciadora, y el caballo andaluz, fino y esbelto, bebía brisa y aromas, dejándoles al pasar la espuma blanca de su aliento.

Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengo sobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo.

Cierto que los fondos eran muy distintos entre ; pero las figuras... También en las figuras, en las de ellos, encontraba grandes diferencias. Este era rubio y poco esbelto, al paso que el otro...