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Un solo perro habia en el armada, De gran precio y valor para su dueño: Llamado, entró ese dia en su posada, Mas nunca mas salió de aquel empeño; Porque ella le mató de una porrada, Al tiempo del entrar, con un gran leño. Mostrándolo, me dice: ¿Qué haremos? Yo dije: Asad, Señora, y comeremos.

Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de Aldama. ¿ también quieres irte? ¡Anda, anda, marcha cuando quieras! Se dirigió a la puerta y la abrió. El perro se precipitó raudo por la escalera. Tristán volvió al salón y entonces, , quedó enteramente solo.

Que entre el que llama». Yo bajé a abrir la puerta, y se colaron tres señores de cara de perro con bastones de porra. Subieron, y al entrar en la sala, se dejaron a un lado las porras y todo fue cortesía limpia y vengan esos cinco.

¡Bueno está!, pero, aunque sea mi madre, no por eso ha de tener en casa al primero que se presenta. No; sino dejarle morir a la puerta, como si fuera un perro dijo la anciana . ¿No es eso? Pero madre repuso Manuel , ¿es mi casa algún hospital? No; pero es la casa de un cristiano; y si hubieras estado aquí, hubieras hecho lo mismo que yo.

Con el humazo, la borracha gruñía más, y carraspeaba, y tosía, como queriendo dar acuerdo de . El ciego no le hacía más caso que a un perro, atento sólo a sus rezos en lengua que no sabemos si era arábiga o hebrea, tapándose un ojo con cada mano, y bajándolas después sobre la boca para besárselas.

Al fin recordó que era nieto del tío Tomba, el pastor ciego á quien respetaba toda la huerta; un buen muchacho, que servía de criado al carnicero de Alboraya, cuyo rebaño cuidaba el anciano. ¡Grasies, chiquet, grasies! murmuró agradeciendo el saludo. Y siguió adelante, siendo recibido por su perro, que saltaba ante él, restregando sus lanas en la pana de los pantalones.

Y aquí, por vía de ilustración, apuntaremos que en los primeros veinte años de la conquista el precio mínimo de un caballo era de cuatro mil pesos, trescientos el de una vaca, quinientos pesos el de un burro, doscientos el de un cerdo, cien el de una cabra o de una oveja, y por un perro se daban sumas caprichosas.

Aquello fué tan popular como la procesión de ánimas de San Agustín, el encapuchado de San Francisco, la monja sin cabeza, el coche de Zavala, el alma de Gasparito, la mano peluda de no qué calle, el perro negro de la plazuela de San Pedro, la viudita del cementerio de la Concepción, los duendes de Santa Catalina y demás paparruchas que nos contaban las abuelas, haciéndonos tiritar de miedo y rebujarnos en la cama.

El Mosco se indignaba al pensar en su perro. ¡Y aún vivía el ladrón que le había dado el escopetazo de gracia!... ¡Y él, el Mosco, aún no lo había matado!... Maltrana, escuchando estas proezas de la vida bárbara, el hombre cazando a la bestia y siendo a su vez cazado por el hombre, pensaba con asombro en el origen del famoso dañador.

Detrás de él había un hidalgo, altivo también, joven y buen mozo. Los dos me miraban, los dos me aplaudían... yo me enamoré de los dos. Del uno por vanidad, del otro... por amor, no... yo creía que era por amor... pero hoy me he desengañado. ¡Eran Lerma y Calderón! ¡El amo y el perro! Ellos eran. Después de la función, encontré en mi casa, esperándome, á uno de ellos.