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Un criado arreglaba su habitación, limpiaba su ropa y le ayudaba a vestirse. Muchas veces se vestía en el mismo Club, haciéndose traer el frac y la camisa. La de Peñarrubia utilizaba al muchacho para sus recados y aun para servir la mesa cuando tenía invitados. No; ahí no, Elena... Siéntate aquí. Y después que la tuvo acomodada la condesa sentó a su lado a Gustavo Núñez.

La moza que iba a barrer y fregar desapareció sin pedir un pico que le debían del salario, y el chulo que ayudaba a amasar y freír se despidió cobardemente: sólo Pepe permaneció allí día y noche, sin ir a jugar con los chicos del barrio ni ocuparse en otra cosa que cuidar a la muchacha.

Todo les parecía poco para borrar los estragos de los recientes barullos y desconciertos y «vestir» la casa al tenor de lo que pedía el extraordinario suceso que se aguardaba; todo lo desordenado en ella volvió a ordenarse, y todo quedó como nuevo, particularmente el cuarto de mi tío... Recuerdo mucho que al andar en la faena de «desfigurarle» con el trastorno de su mueblaje, me dijo Lituca, sin volver la cara hacia ni hacia su madre que la ayudaba, ni suspender un instante su trabajo: Pues, con la venia de usté, don Marcelo, dígole que si esto fuera cosa mía, no lo tocara yo más que para asealu.

Mientras la ayudaba yo y la arreglaba las almohadas para que se recostara sobre ellas, se cruzaron algunas palabras entre nosotras. Después me dijo que se encontraba muy bien así: no se le desvanecía la cabeza ni le molestaba la luz. De aquí tomé yo pie para comenzar lo que intentaba.

Nicolás, que estaba presente, no habría permitido tampoco zalamerías de amor ni besuqueo, y ayudaba a recoger y agrupar todas las cosas que habían de llevarse, añadiendo observaciones tan prácticas como esta: «Ya sabe usted que ni perfumes ni joyas ni ringorrangos de ninguna clase entran en aquella casa. Todo el bagaje mundano se arroja a la puerta».

El señor Le Bris asistía a aquel milagro del cielo azul; dejaba obrar a la Naturaleza y seguía con un interés apasionado la acción lenta de un poder superior al suyo. Era demasiado modesto para atribuirse el honor de la cura, y confesaba ingenuamente que la única medicina infalible es la que viene de lo alto. No obstante, para merecer la ayuda del Cielo, él también ayudaba un poco.

Y como don Rodrigo Calderón ayudaba á los unos y á los otros, á vuecencia contra la reina... ¡Montiño! Vuecencia me ha mandado decir la verdad. Seguid.

En el estrecho de Gibraltar le describió la gran corriente de alimentación enviada por el Océano al Mediterráneo, y que en aquellos momentos ayudaba á la hélice en el empuje del buque. Sin esta corriente atlántica, el mare nostrum, que perdía por evaporación atmosférica mucha más agua que la que le aportaban lluvias y ríos, quedaría seco en pocos siglos.

Lo único que le consolaba era la fortaleza del templo, que llevaba largos siglos de vida y aún podría desafiar a los enemigos durante muchos más. Sólo quería ser jardinero, morir en el claustro alto, como sus abuelos, y dejar nuevos Luna que perpetuasen los servicios de la familia en la catedral. Su hijo mayor, Tomás, tenía doce años y le ayudaba en el cuidado del jardín.

Habia brindado aquel malvado rey con el saco de Córdoba al rey moro de Granada si le ayudaba á conquistarla. Accediendo Mohammed, juntáronse los ejércitos de ambos, y el castellano puso cerco á la ciudad con ochenta mil moros de á pié y siete mil de á caballo, y unos siete mil cristianos. Combatiéronla los moros con corage, y al primer asalto entraron por fuerza el castillo de la Calahorra. Pasaron el puente, abrieron seis portillos en la muralla del alcázar viejo, y por ellos penetraron en la ciudad una porcion de compañías ganando rápidamente las calles con banderas desplegadas y estruendo de lelilíes. El Adelantado D. Alonso Fernandez de Córdoba, los maestres de Santiago y Calatrava D. Gonzalo Mesía y D. Pedro Muñiz de Godoy, y otros caballeros, Córdobas y Guzmanes, estaban dentro indignados de ver que los soldados cristianos se dejaban arrollar por la morisma; y mientras se esforzaban inútilmente en contenerlos, las matronas y doncellas mas principales salieron sin tocas por las calles, dando animosos y dolientes gemidos, escitando con varonil ademan á sus hijos y esposos á la pelea. Produjo esto tanto entusiasmo, que los soldados cristianos, convertidos repentinamente en leones, cerraron con tanto brío con aquel enjambre de moros que los tenia acosados, que los obligaron á huir, arrojándose muchos por la muralla al rio para salvar la vida, y abandonando el ejército sitiador el puente y su fortaleza. Los dos coligados repitieron la embestida por separado al siguiente dia, pero en vano; y al cabo volvieron unidos sobre la ciudad, que asediaron con nuevo ardimiento. Los sitiados resolvieron salir á darles batalla, y eligieron por su general al Adelantado, á quien de derecho tocaba serlo. Juntóse un lucido escuadron de caballeros y gente ciudadana, decididos todos á morir ó vencer; pero divulgóse entre el pueblo crédulo la calumnia de que el Adelantado tramaba la entrega de la ciudad al rey de Castilla, y al salir la hueste cordobesa al puente se presentó al caudillo su madre D.ª Aldonza de Haro, y le dijo: mirad, hijo, que me dicen salís á entregar la ciudad á nuestros enemigos; recordad que en vuestro linage no ha habido traidores: no hagais menos que vuestros pasados. Y D. Alonso respondió: SE