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El eléboro blanco parece seguir en su accion el mismo camino que el arsénico, pero se limita mas al aparato gástrico; y si bien su accion es menos estensa, en cambio se concentra más, y, por otra parte, si su accion es menos intensa, ataca del mismo modo las fuerzas radicales, con escepcion de la putridez y desorganizacion de los tejidos.

Sobre su pecho ostenta la crucecita de oro del capítulo. Caen por ambos lados de su gallarda cabeza, sus flotantes cabellos negros, y sobre éstos un velo de encaje menos negro aún que los rizos que orlan su cara, de un blanco mate pálido que resplandece mejor entre aquella oscuridad de colores.

Hágaseles unas incisiones y sazónense con sal; úntese con manteca una cacerola plana, echando un fondo de cebolla, setas y perejil picados; unas cucharadas de jugo concentrado frío. Agréguense las pescadillas, cubriéndolas también de cebollas, setas, perejil picado, y luego, con miga de pan rallado. Sazónese con sal, rocíese con manteca, mójese con un poco de vino blanco.

Bajaron primero dos campesinos vascongados y un cura; luego, un hombre rubio, al parecer extranjero, y después saltó una muchacha morena, que ayudó a bajar a una señora gruesa, de pelo blanco. Pero Dios mío, ¿adónde nos llevan? exclamó ésta. Nadie le contestó. ¡Anchusa! ¡Luschía! Desenganchad los caballos gritó el Cura . Ahora, todos a la posada.

En una pared veíase extendido un pendón blanco con la temible cruz verde. En los rincones amontonábanse hierros de tortura, espantosas disciplinas, todo lo que encontraba don Joselito en los puestos de los cambalacheros que sirviese para rajar, atenacear y deshilachar, catalogándolo inmediatamente como de la antigua pertenencia del Santo Oficio.

Encontraba deliciosos los dos; pero tenía que elegir, no podía ponerse más que uno. Después de largas vacilaciones se decidió por el blanco. A las nueve y media las dos hermanas subían la gran escalera de la Opera. Cuando entraron a su palco, el telón se levantaba sobre el segundo cuadro del segundo acto de Aida, el acto del baile y de la marcha.

Tenía ya la perilla amarillenta, el bigote más negro que blanco, ambos adornos de la cara tan recortaditos que antes parecían pegados que nacidos allí.

Don Roque, don Segis, don Benigno, don Juan el Salado y el señor Anselmo el ebanista, se encargaban a plazo fijo de hacerlo pasar a la suya. Era un vino blanco, fuerte, superior, que se subía a la cabeza con facilidad asombrosa. Los tertulios de la tienda, todas las noches, entre once y doce, salían dando tumbos para sus casas; pero silenciosos, graves, sin dar jamás el menor escándalo.

Una nuera protestante es susceptible de ser convertida por la influencia de piadosas exhortaciones, ¿y devolver al regazo de Nuestra Señora Madre la Iglesia una oveja descarriada, no es hacer una obra piadosa? Continuando la lectura de su correo, Huberto descubrió una pequeña caja, cuidadosamente envuelta. La abrió: era el estuche, sobre cuyo terciopelo blanco descansaba el anillo de rubí.

En 1792, habiendo sido informado el administrador de Concepcion que cerca de las cabeceras del rio Blanco existia una tribu de indios salvages, dio parte de esta circunstancia al gobernador Zamora, quien dispuso se les fuese á buscar, tomando para ello todas las medidas necesarias . En 1794, haprimitiva de la nacion, de entregarse sin reserva á todos sus deudos.