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Regnier de Maligny, en su «Manual del comediante», dice que éstos necesitan conocer los tipos reales y estudiar principalmente: «En «el campo», la voz, los ademanes, sencillos y francos, de los campesinos. En «las iglesias», á los verdaderos y á los falsos devotos. En «las audiencias», á los abogados, á los fiscales y á los jueces.

Como habíamos previsto, atribuyeron el hecho a las hadas del bosque, pero al contar a sus padres lo ocurrido, éstos le indicaron la verdad del suceso, que bien pronto adivinaron; tanto es así, que al día siguiente nos pagaron la sorpresa con otra sorpresa, pero de un modo muy delicado, según acostumbran aquellos buenos campesinos.

Hizo una breve pausa y prosiguió: O, a lo menos, un prodigio, un prodigio patente, mediante el cual el Señor me significase su complacencia: desprenderme del suelo durante la plegaria, ver señalarse en mi cuerpo una llaga de la Pasión, escuchar una palabra de una de esas imágenes de Nuestra Señora que tantos milagros han obrado en esta ciudad con toscos villanos y campesinos; o recibir, en fin, de lo alto, alguna locución que yo debiese, a mi vez, transmitir a los hombres. ¡Pero hasta agora nada!

Las dos empezaban á dudar de la realidad de los días anteriores. Después de una mala noche pasada entre escombros, don Marcelo decidió marcharse. ¿Qué le quedaba que hacer en este castillo destrozado?... Le estorbaba la presencia de tanto muerto. Eran cientos, eran miles. Los soldados y los campesinos iban enterrando los cadáveres á montones allí donde los encontraban.

Al decir esto aludo a la aldea de Raveloe y a las parroquias que se le parecían, porque la vida de nuestros antiguos campesinos presentaba aspectos diferentes.

Si en los ojos tenía lágrimas, en aquella voz había odio. El odio es la cólera de los pusilánimes. En el caso de la amoladora, no las tendría yo todas conmigo. Entre los innumerables dichos graciosos, proverbios o adagios con que adornan sus discursos nuestros campesinos de Provenza, no conozco ninguno más pintoresco ni extraño que éste.

Una salva de aplausos le sacó de su meditacion. El telon acababa de levantarse y el alegre coro de campesinos de Corneville se presentaba á sus ojos, vestidos con sus gorros de algodon y pesados zuecos de madera en los piés.

Algunos campesinos se frotaban los ojos con sus amuletos gallegos de azabache o con la cruz de sus rosarios, y rezaban en voz alta.

La afición á la poesía se extendió mucho en este período por todas las clases de la sociedad. La manía de componer versos se hizo epidémica: príncipes y condes, guerreros y hombres de Estado, abogados y médicos, sacerdotes y frailes, se dedicaron á esta tarea, y hasta los jornaleros y campesinos no se quedaron atrás.

En casi todas las comarcas del mundo, los campesinos han tenido la natural idea de asimilar el nacimiento del arroyo á la cabeza de un animal inmenso: para ellos la fuente es el «Jefe del Agua», Ras el Ain.