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No exagero nada dijo Teodoro, con brío . Señora, oiga usted y calle.... Voy a poner cátedra de esto.... Oíganme todos los pobres, todos los desamparados, todos los niños perdidos.... Yo entré en los Escolapios como Dios quiso; yo aprendí como Dios quiso.... Un bendito padre diome buenos consejos y me ayudó con sus limosnas.... Sentí afición a la medicina.... ¿Cómo estudiarla sin dejar de trabajar para comer? ¡Problema terrible!... Querido Carlos, ¿te acuerdas de cuando entramos los dos a pedir trabajo en una barbería de la antigua calle de Cofreros?... Nunca habíamos cogido una navaja en la mano; pero era preciso ganarse el pan afeitando.... Al principio ayudábamos... ¿te acuerdas, Carlos?... Después empuñamos aquellos nobles instrumentos.... La flebotomía fue nuestra salvación.

Don Serapio se hizo de rogar todavía algún tiempo. Por último se fue acercando al piano rodeado de señoras, a quienes dirigía sonrisas y palabras llenas de almíbar, y terminó por sacar disimuladamente un rollo de papeles de música que traía en el bolsillo interior de la levita. El pianista se hizo cargo al instante de la maniobra, y le ayudó, quitándoselo rápidamente de la mano.

Comuniqué mi proyecto a mi tío, quien lo aprobó y me ayudó a dar los pasos necesarios para arreglar mi aceptación en la citada Orden.

Desde que vivían en la calle del Olmo, Doña Francisca fue abandonada de la sociedad que la ayudó a dar al viento su fortuna, y en las calles del Saúco y Almendro desaparecieron las pocas amistades que le restaban.

Tan vigorosa adquisividad unida á una probidad de autómata y á una laboriosidad más propia de máquinas que de seres humanos daría por sola la clave de la estupenda suerte de Becerro, si no supiésemos que toda planta muere si no encuentra atmósfera propicia. Las circunstancias ayudaron á Becerro, y él ayudó á las circunstancias. No tuvo sueños ni ilusiones; en cambio tenía una esperanza.

A este famoso maestro, en cuya escuela recibió parte de su instrucción literaria, se le encargó que escribiese las poesías para llorar la muerte de Isabel de Valois, en cuyo trabajo le ayudó su discípulo. Al describir estas exequias, alaba el maestro á Cervantes, autor de un soneto, una elegía y algunas redondillas, y le llama su querido y amado discípulo. Tenía entonces veintiún años.

Usted es poeta, lo , y yo nada tengo de poetical: se lo advierto... Mi padre ; mi padre era alemán y muy dado a las cosas del sentimentalismo. Yo he nacido para los negocios, y ayudo a mi marido. ¡Si no fuese por !... Un paseante interrumpió la conversación.

D.ª Robustiana, sin embargo, se autorizaba el dudarlo. Luego que con mano trémula hubo expuesto á la vista de la joven aquellos mágicos tesoros de hilo y la obligara por medio de un silencioso recogimiento á penetrarse de su grandeza, la ayudó por fin á colocarse la cesta sobre la cabeza y la despidió dándole un sonoro beso en la mejilla.

Habiendo escapado difícilmente con vida del campo de batalla, el capitán espoleó su corcel y se encaminó a su hogar, seguido muy de cerca por algunos soldados de Cromwell. Su esposa, dama de gran valor, tuvo apenas tiempo de esconderlo en la cámara secreta antes de que llegara el enemigo a registrar la casa. Sin acobardarse mucho, ella misma les ayudó y personalmente los guió por toda la mansión.

A lo cual ayudó no poco el cacique de los Puraxís, que en voz alta decía: «Venid, amigos, á rendir homenaje á nuestro Criador Jesucristo; adoradle y haceos vasallos suyos.» ¡Espectáculo verdaderamente digno de alabar por él á la Divina Misericordia!