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Jamás se han vista en Lima procesiones tan espléndidas como las de entonces; y Lorente, en su Historia, trae la descripción de una que se trasladó desde palacio a los Desamparados, dando largo rodeo, una imagen de María que el virrey había hecho traer expresamente desde Zaragoza.

Para espiar a los frailes que andaban en malos pasos por los barrios de Abajo el Puente, hizo Amat construir el balcón de palacio que da a la plazuela de los Desamparados, y se pasaba muchas horas escondido tras de las celosías.

Llegó a relatarle las aficiones de su infancia, el placer indefinible que experimentaba pasando horas enteras arrodillada ante un Cristo, rezando rosarios tras rosarios. En aquella época, llevarla a la capilla de la Virgen de los Desamparados era para ella la mayor de las diversiones, y rezaba con tal devoción, que las viejas beatas se la comían a besos, asegurando que iba para santa.

En los domingos y fiestas de santos valencianos, que eran los primeros del cielo para el tío Caragòl San Vicente Mártir, San Vicente Ferrer, la Virgen de los Desamparados y el Cristo del Grao , aparecía la humeante paella, vasto redondel de arroz, sobre cuya arena de hinchados granos yacían despedazadas varias aves.

En esto le podrá servir el águila de Patmos de la Contabilidad, su padrinito. El pobre está triste, aunque espera una herencia. »Nota. El patíbulo de miel está armado en la capilla de los Desamparados. Orad por Miquis». Por la noche fue Miquis un momento cuando estaban comiendo. ¡Qué algazara!

Vivimos pobres; gastamos año tras año nuestras fuerzas sobre los libros; la muerte sorprende nuestros cuerpos fatigados en plena vida; si trasponemos la juventud, nuestra vejez es mísera y achacosa; vemos aupados por las multitudes a hombres fatuos, mientras nosotros, que damos a la Humanidad lo más preciado, la belleza, permanecemos desamparados... Y un día, en nuestra soledad y en nuestra pobreza, un desconocido se acerca a nosotros y nos estrecha con entusiasmo la mano.

Luego se han visto en París, aturdidos por la muchedumbre y por la noche, desamparados, no sabiendo cómo seguir su camino. Valor, mi hombre repite la esposa. Pero tiene que olvidarse de su compañero para dar gracias, con una cortesía de otros tiempos, á alguien que le toma la maleta é intenta levantar al viejo. Es la muchacha ácida, que da órdenes y empuja con irresistible autoridad.

Pero María mujer de Roger, y su madre y hermanos, que como ladrones de casa conocían bien la condicion de los suyos, sentian muy mal de esta ida, y María, como á quien más le importaba, advirtió á su marido en secreto que no se fuese, ni se pusiese voluntariamente en las manos de Miguel, y que no ofreciese la ocasion á quien con tanto cuidado la buscaba; que advirtiese cuán huérfana quedaba ella, cuán desamparados los suyos si faltase su gobierno; que no fiase tanto de su ánimo; que no diese crédito á sus palabras, nacidas no solo de su cuidado pero de ciertas y seguras señales que tenia de que Miguel Paleólogo procuraba su ruina.

Sólo la voz de Juan vibraba en el silencio de la noche saludando a la Madre de los Desamparados. Y su canto, más que himno de salutación, parecía un grito de congoja algunas veces; otras, un gemido triste y resignado que helaba el corazón más que el frío de la nieve.

El día de la Virgen fue con Tónica y su amiga a la primera misa en la capilla de los Desamparados. Dentro del templo sonaba la música; la multitud, oprimida en la mezquina rotonda, esparcíase por la plaza hasta la fuente, adornada con un ridículo templete que parecía de confitería.