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Esa cara está respirando salud me dijo . Veremos lo que dice hoy D. Pedro Nolasco cuando te vea. ¿Y quién es ese D. Pedro Nolasco? pregunté, sospechando fuera algún médico afamado de la vecindad. ¿Quién ha de ser, hijo? El albéitar, que vive en el cuarto número 14. Aquí no gastamos médico porque es bocado de príncipes.

Este sentido nos da idea de las magnitudes por el tiempo que gastamos en recorrerlas y la velocidad de nuestro movimiento; las ideas de tiempo y de velocidad son tambien relativas: y ellas á su vez se refieren al espacio recorrido.

Díjome, en viendo que los tenía: "Hijo Pablos, mucha culpa tendrás si no medras y eres bueno, pues tienes a quién parecer; dinero llevas, yo no te he de faltar, que cuanto sirvo y cuanto tengo para ti lo quiero." Agradecíle mucho la oferta; gastamos el día en pláticas desatinadas y en pagar las visitas a los personajes dichos.

Porque gastamos en leerlos y escribirlos aquellas fuerzas de la juventud que pudieran emplearse en la alegría y el amor. Pero nosotros ansiamos saber mucho. Y cuando llega la vejez y vemos que los libros no nos han enseñado nada, entonces clamamos por la alegría y el amor, ¡que ya no pueden venir a nuestros cuerpos, tristes y cansados!

Vivimos pobres; gastamos año tras año nuestras fuerzas sobre los libros; la muerte sorprende nuestros cuerpos fatigados en plena vida; si trasponemos la juventud, nuestra vejez es mísera y achacosa; vemos aupados por las multitudes a hombres fatuos, mientras nosotros, que damos a la Humanidad lo más preciado, la belleza, permanecemos desamparados... Y un día, en nuestra soledad y en nuestra pobreza, un desconocido se acerca a nosotros y nos estrecha con entusiasmo la mano.

En ningún país se puede decir con más verdad que en España, que no se sabe dónde se va el dinero. En parte alguna. ¿En qué gastamos las riquezas de América? ¿En qué empleamos el botin de los pueblos subyugados? La inopia nos trabajaba entonces tanto o más que en el día, y la inopia nos humilló y nos hizo bajar de la altura en que nos habíamos puesto.

Díjome, en viendo que los tenía: -Hijo Pablos, mucha culpa tendrás si no medras y eres bueno, pues tienes a quién parecer. Dinero llevas, yo no te he de faltar, que cuanto sirvo y cuanto tengo, para ti lo quiero. Agradecíle mucho la oferta. Gastamos el día en pláticas desatinadas y en pagar las visitas a los personajes dichos. Pasaron la tarde en jugar a la taba mi tío, el porquero, y demandador.

Síguese, pues, que no sabemos por qué es pobre España, a no ser que afirmemos, y a esto me inclino yo, que somos pobres por una calidad opuesta a la que acabamos de mencionar: por el amor al lujo, por el despilfarro, por el desorden, porque somos indiscretamente muy rumbosos y generosos, y sobre todo, porque no sabemos gastar y gastamos sin discernimiento y sin lucimiento.

Chocolate crudo... ¡y poco que me gusta el chocolate crudo!... nueces... una cosa envuelta en un papel... ¿qué es? ¡Ah! ¡Madre de Dios!, un dulce.... ¡Dios Divino!, ¡pues a fe que me gusta poco el dulce! ¡Qué rico está! En mi casa no se ven nunca estas comidas ricas, Pablo. Nosotros no gastamos lujo en el comer. Verdad que no lo gastamos tampoco en el vestir. Total, no lo gastamos en nada.

Se entretuvo mangoneando en la habitación un rato y salió á esconderse detrás de la cortina, que cubría la entrada de la pieza inmediata. Que cierres la puerta, Gregoria gritó don Bernardino. Bueno, hombre. ¡Jesús! qué misterios gastamos.