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Alguna vez sacaban de la plaza a uno de los «diestros» entre cuatro compañeros, pálido con una blancura de papel, los ojos vidriosos, la cabeza caída, el pecho como un fuelle roto. Acudía el albéitar, tranquilizando a todos al no ver sangre. Era una conmoción sufrida por el muchacho al ser despedido a algunos metros de distancia, cayendo al suelo como un talego de ropa.

El médico no estaba en el pueblo. En su lugar vino el albéitar. Los sabios antropólogos dieron un paso atrás, abriendo los ojos desmesuradamente al ver entrar al Pollo. ¿Quién es ese hombre? preguntó D. Pantaleón a un clérigo. ¿Quién ha de ser? El albéitar. Los dos sabios se miraron uno a otro largamente, con sorpresa por parte de Sánchez, con sorpresa y reconvención por la de Moreno.

¿El médico? balbuceó Diógenes con los ojos extraviados . En mi vida llamé a ninguno... La alopatía es un cañón Armstrong, y la hemopatía la carabina de Ambrosio: con que vete a freír monas con tus médicos y medicinas, que yo me curo solo... Pues llamaremos entonces al albéitar repuso Gorito.

Legalmente.... ¡Toma, caramelos! ¡Legalmente , pero vénganos con legalidades! ¡Y esos Judas condenados que nos faltaron cuando precisamente pendía de ellos la cosa! ¡El herrero de Gondás, los dos Ponlles, el albéitar...!

El albéitar reconoció al herido y recetó un bálsamo. Al levantar una de las veces la cabeza y reconocer a sus compañeros de viaje preguntó con semblante risueño: ¡Hola, camarás! ¿están ustedes por aquí? ¿Quieren explicarme por qué han escapado de hace poco, como si fuese del diablo? Los fisiólogos se pusieron colorados. No escapamos balbuceó Sánchez, es que teníamos prisa de llegar al pueblo.

Lo cual es absurdo aun supuesto... Bien, pero suponiendo ese absurdo... yo le doy una sangría suelta. Y hasta nombraba el albéitar a quien había de llamar y tapar los ojos, con todo lo demás del argumento. Tampoco le parecía mal lo de prender fuego a la casa y vengar secretamente el supuesto adulterio de su mujer.

¿Yo mujer de un albéitar?... Isidora, mira que te cojo... y ni tu tío el Canónigo te saca de mis manos. Basta de bromas. ¡Vaya, que te tomas unas libertades!... Nuestros gustos son diferentes. Su gusto de usted, señora, se amoldará al gusto mío. Eso se lo enseñará a usted mi secretario, que es una vara de fresno. ¡A ! exclamó ella con brío, deteniéndose y mirándole.

El albéitar les miró un instante con sorpresa y bajó de nuevo la cabeza para atender a la del herido. Moreno y Sánchez se hicieron una seña, y aprovechándose de la distracción general, se escabulleron bonitamente, bajaron la escalera y se plantaron en la calle.

Esa cara está respirando salud me dijo . Veremos lo que dice hoy D. Pedro Nolasco cuando te vea. ¿Y quién es ese D. Pedro Nolasco? pregunté, sospechando fuera algún médico afamado de la vecindad. ¿Quién ha de ser, hijo? El albéitar, que vive en el cuarto número 14. Aquí no gastamos médico porque es bocado de príncipes.

»La cosecha se presenta bien, sobre todo en el ramo de calabazas, cuya cantidad y dimensiones llenan de satisfacción y de alegría a sus honrados cosecheros. Firmado. Es excusado decir que este modelo de patriotismo era el mismo alcalde, autor del artículo. Este buen hombre había sido albéitar y, corriendo por el mundo, había llegado a una altura prodigiosa en ideas modernas y miras avanzadas.