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Y cuando los dolientes, echándola de rumbosos, añadían algunos realejos sobre el precio de tarifa, entonces las doloridas estaban también obligadas a hacer algo de extraordinario, y este algo era acompañar el llanto con patatuses, convulsiones epilépticas y repelones.

No podía comprender el buen señor que un mozo de mis años y con mi salud, no comiera cuanto se le pusiera delante a cualquier hora del día o de la noche. «Abundante y sustancioso» era la divisa del bien comer entre los hombres rumbosos del pelaje de mi tío.

Había trasladado cargamentos de chinos de Hong-Kong a San Francisco de California; montañas de trigo de Odessa a Barcelona; recordaba viajes a Australia, a la vela, por el cabo de Buena Esperanza; hacía memoria, con sonrisa pudorosa, de sus juergas de la Habana, en plena juventud, con ciertos marinos rumbosos como nababs y valientes y crueles lo mismo que los aventureros de otros siglos, los cuales, al bajar a tierra, gastaban en unas cuantas noches la ganancia de sus viajes desde las costas de África con la bodega abarrotada de negros.

Pasaban de cincuenta los comensales del otro sexo, rigorosamente vestidos de sociedad, lo mismo que los criados que les servían los manjares y los vinos, y figuraban entre los primeros las tres cuartas partes de los ministros, incluso el presidente; los de ambos «cuerpos colegisladores»; varios diputados de empuje, con grupito; la flor y nata de los ancianos del senado; el Capitán general y el Gobernador civil de Madrid..., y así sucesivamente; porque una cosa es que todos estos y otros personajes estimaran al anfitrión en lo que verdaderamente valía, y otra muy diferente los rumbosos festivales que sabía disponer en su casa para prestigio de ella y regalo de sus amigos.

Mas léjos pasa un grupo de hermosas madrileñas, de majestuoso andar, fisonomías graves y cabezas de reinas, cubiertas todas con las opulentas mantillas nacionales; y ese grupo aristocrático hace contraste con otro de toreros andaluces que celebran los golpes de la última corrida, burlones, pendencieros, rumbosos, petulantes y simpáticos al mismo tiempo; llamando la atencion por sus fachas vigorosamente varoniles, sus negras y abundantes patillas y el conjunto curioso del sombrero calañés, redondo y recogido sin alas como un bonete de felpa ó paño, la chaqueta de paño cuajada de bordados y botones lucientes, la ancha faja roja ó azul en la cintura, el calzon corto, y el botin prolongado hasta la corva en polainas labradas, con borlas de menudas correitas.

Únicamente los que tienen millones pueden ser rumbosos. Y tras estas palabras, que debían encerrar mortificante intención, don Juan se despidió, como si deseara que su hermana quedase furiosa contra él. Adiós, Manuela; que compres mucho y bien. Adiós, avaro.... Y los dos hermanos se separaron sonriendo, como si cambiaran frases cariñosas y en su interior rebosase el afecto.

Y tras este prudente consejo, que hizo arreciar a la golfería en sus denuestos, Coleta saboreó otra copa, alabando la buena suerte que le hacía tropezar tan de mañana con amigos rumbosos. El era el más pobre de todos los traperos: ni carro, ni burro, ni casa. Se lo había bebido todo.

Porque resulta que los gobiernos al uso, ya porque se les defiende, ya porque no se les pegue con mucha fuerza, lo mismo necesitan ser rumbosos con sus huestes que con las enemigas. Lo que nunca vió bien claro don Simón fué lo repugnante del papel que él mismo desempeñaba entre aquellos hombres, de cuya conducta, y con razón, se escandalizaba.

En el día no cabe esperar que salgan á relucir magnates, príncipes, ediles rumbosos, como los que hubo en lo antiguo, que se gastaban millones de sestercios, ya para divertir y entusiasmar á la plebe con espléndidos espectáculos, ya para erigir grandiosos monumentos y hermosear á su patria, como hicieron Heredes Atico y otros. ¡Buenos andan los ediles de ahora para descolgarse con semejantes bizarrías!

Síguese, pues, que no sabemos por qué es pobre España, a no ser que afirmemos, y a esto me inclino yo, que somos pobres por una calidad opuesta a la que acabamos de mencionar: por el amor al lujo, por el despilfarro, por el desorden, porque somos indiscretamente muy rumbosos y generosos, y sobre todo, porque no sabemos gastar y gastamos sin discernimiento y sin lucimiento.