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La cabeza está fatigada; la pluma descansa sobre el papel, nada escribe. La atencion del calculador está como adormecida de puro fija; casi no sabe si piensa.

La jorobada y un su hermano, también algo cargado de espaldas, entraban con las manos de papel, y dando brazadas por entre las mesas del centro, iban alargando periódicos a todo el que los pedía. Poco después empezaba a clarear la concurrencia; algunos se iban al teatro, y las peñas de estudiantes se disolvían, porque hay muchos que se van a estudiar temprano.

Dejemos al amigo Ojeda que siga su destino.» Y cuando dudaba entre ocupar una mesa libre o irse al fumadero en busca de sus amigos los comerciantes españoles, se vio llamado por el doctor Zurita que, repantingado en un sillón, le mostraba un papel. Che, Maltrana, venga para acá. Pero ¿ha visto qué graciosos son estos gringos?...

Entonces se llamó a la baronesa; y, digámoslo en honor suyo, olvidó el papel que tenía que desempeñar; se me echó al cuello en cuanto su marido hubo acabado, para salvar las apariencias, de explicarle la situación. ¿Y Yolanda? Pálida como la muerte, con los labios apretados, los ojos entornados, apareció en la entrada del salón y me tendió silenciosamente las dos manos.

Y lo peor del caso era que cuando, a las cuatro de la tarde, volvió al Gran Hôtel rendido y desalentado por no haber podido enseñar más que a las dos terceras partes de la colonia española la babucha apócrifa de la cadina, encontróse con que la trágica historia tenía una segunda parte, interesantísima también, pero pía, devota, sentimental, romántica, en que cabía a su persona no sólo el papel del cronista, sino el de agente poderoso, de intercesor eficacísimo, de ama de llaves de la Providencia, que hubiera dicho Diógenes, en el bello final de aquel drama que comenzaba su acción en las barbas del Sultán e iba a terminarse bajo el manteo del padre Cifuentes.

Pero La Edad de Oro se parece a la niñita del cuento, porque siempre quiere escribir para sus amigos los niños más de lo que cabe en el papel, que es como querer coger la luna. ¿No les ofreció la Historia de la Cuchara, el Tenedor y el Cuchillo para este número? Pues no cupo. Ni otras muchas cosas más que les tenía escritas. Así es la vida, que no cabe en ella todo el bien que pudiera uno hacer.

Unos blandían espadines de puños de nácar ó largas tizonas, luego de envolverse en capas de seda carmesí obscurecidas por los años. Otros se echaban en hombros colchas de brocado venerables, faldas de labradora con gruesas flores de oro, guardainfantes de rico tejido que crujían como papel.

Si quedaba condenada a hacer el papel de esquina de la Puerta del Sol y, por consiguiente, a sufrir que le pegasen carteles en la cara, que se recostasen contra ella, etc., etc., el profundo Núñez no soltaba la presa en tanto que no pasease las manos por todas las regiones de su cuerpo.

¿Conmigo? exclamó el diplomático estupefacto y en tono de protesta. ¿A título de qué? A título de padre respondió fríamente el notario. Raúl paseó sus ojos extraviados del semblante impasible del uno a la bella y triste cara de la otra. Esto es una locura, dijo. El digno notario desdobló un papel amarillento con el sello de Inglaterra.

Apenas llegó a mis manos para el permiso de imprimirse este papel de la Fe Triunfante, cuando gustoso en el principio de las bien traídas noticias de su introducción, me fuí cebando de manera que sin advertir encontré con el fin.