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Eso es imposible para ... Cuando se tiene este oficio, no se puede estar en comunión con Dios. Ni siquiera me atrevo a encender una lamparilla ante el icono de mi cuarto. Todos estaban fatigados. ¡Hay que acabar, cueste lo que cueste! dijo uno de los jueces . ¡Es un escándalo inadmisible! Pero, luego del jurado, se levantó el defensor.

Se sumieron en la fresca atmósfera nocturna, con los ojos fatigados aún por la espléndida iluminación, con la piel ardorosa por el ambiente enrarecido de los salones. Los dos se fijaron en que la noche era de luna, una pobre luna menguante que empezaba á caer detrás de la negra barrera de los Alpes. La amenaza submarina tenía la ciudad á obscuras.

Apenas se detenía el catafalco, alzábase una punta de las faldas de terciopelo que ocultaban su interior, y aparecían veinte o treinta hombres sudorosos, purpúreos por la fatiga, medio desnudos, con pañuelos ceñidos a las cabezas y un aire de salvajes fatigados.

Y los piratas, fatigados, se lanzaron sobre el puente; Kernok dejó a El Gavilán al pairo hasta el amanecer, y fue a gustar de algunos instantes de reposo, con la satisfacción de un hombre opulento que se encierra en su alcoba después de haber dado una fiesta suntuosa a sus invitados.

Jaulones enormes había por todas partes, llenos de pollos y gallos, los cuales asomaban la cabeza roja por entre las cañas, sedientos y fatigados, para respirar un poco de aire, y aun allí los infelices presos se daban de picotazos por aquello de si sacaste más pico que yo... si ahora me toca a sacar todo el pescuezo.

La policía lo espera indudablemente en Buenos Aires... Pero ese amigacho parece un criado de casa grande. ¿No estarán preparando juntos algún mal golpe?... De todos modos, vamos a saber la verdad mañana. Yo no me voy sin averiguar lo que encierra el camarote. Fatigados de codearse con la gente de tierra que llenaba las cubiertas, se refugiaron en el fumadero.

Hasta tocar casi en las primeras casas no alcanzó á sus favorecidas, que sin volver la vista atrás caminaban con toda la celeridad que les consentían sus fatigados pulmones. Al verlas no pudo menos de sonreir exclamando en voz baja: «¡Vaya unas piernas que os ha dado el miedo, hijas míasPasó delante de ellas y saludó cortésmente. Buenas tardes. Buenas tardes respondieron las jóvenes.

Cuando la obligaban arrojaba al suelo ó á la cara de quien se la hacia tomar. Tres meses pasó esta señora en la agonía, no habiendo ya, una persona que quisiera permanecer en su compañía. Todos estaban fatigados, aburridos, de sufrirla.

Mostrábanse tristes, fatigados, con el ceño torvo, parcos en palabras, sin otro deseo que el de pedir la cena, maldiciendo sordamente al maestro, a los compañeros, a todos los ricos, a la vida adusta e ingrata, que sólo tenía para ellos rudezas y choques.

Terminado el sermón, el dominico bajó del púlpito, y se dirigió al altar... Interrumpiole el vizconde, antes de que se arrodillara: Padre, todos nos sentimos un poco fatigados de haber estado nada más que la friolera de unos doscientos o trescientos años metidos en nuestros cuadros... ¿No podríamos dejar para mañana nuestras devociones, e irnos ahora a estirar nuestros cuerpos en las frescas y finas sábanas de Holanda que nos ha de ofrecer el joven duque?