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Imitaba, esforzándose, la majestuosa sonoridad del coro wagneriano; remedaba con murmullos a flor de labio el rumoroso acompañamiento de la orquesta, y Rafael batía el agua con sus remos al compás de la melodía piadosa y entusiasta con que el gran maestro había impetrado el favor de la poesía popular, saludando la aparición de la Reforma. Iban río arriba, luchando contra la corriente.

Detrás, presidiendo la comitiva, como muda invitación hecha al público para asociarse a la fiesta, iban en las carrozas municipales media docena de señores de frac, tendidos en los blasonados almohadones, llevando sobre el vientre, como emblema concejil, la roja cincha y saludando al público con un sombrerazo protector.

Los pilluelos, con los paquetes de impresos bajo un brazo, se quitaban la gorra, saludando con entusiástica familiaridad. ¡El GallardoOlé el Gallardo!... ¡Vivan los hombres!

Es un resultado del aseo general, de la limpieza de las casas y de las personas. Vaya usted a San Sebastián. Se lo comen vivo... Hombre, por Dios, ¡qué argumentos!... Sonó la campanilla. «¡Ahí estádijeron todos, y Barbarita miró al lugar vacío que estaba destinado a Villalonga en la mesa. Este entró muy alegre, saludando a la familia, y dando un apretón de manos a Moreno. «Indulgencia, señora.

Los viñadores, rígidos en su doble fila, se quitaron los sombreros saludando al amo. Dupont sonrió satisfecho, y el sacerdote hizo lo mismo, abarcando en una mirada de protectora conmiseración a los jornaleros. Muy bien dijo al oído de don Pablo con acento adulador. Parecen buena gente. Ya se conoce que sirven a un señor cristiano que les edifica con buenos ejemplos.

Se aproximó al grupo un nuevo oyente, saludando a Maltrana, con fina sonrisa, en la que había algo de burla para el valentón. Aquí tenemos a don Juan dijo Isidro .

Esto se preguntaban todos los ojos y esto excitó todas las curiosidades, mientras los doce Grandes que aún quedaban por cubrir leían sus discursos y terminaba la ceremonia. Levantóse al fin el rey, y con la cabeza descubierta dio una vuelta a la antecámara, hablando y saludando a todos los Grandes.

De aquellas largas entrevistas salía rejuvenecida, los ojos brillantes, el pie ligero, saludando con afecto a personas a quienes en otra ocasión hubiera dirigido una fría y desdeñosa cabezada. Luego Raimundo la llenaba de asombro, a lo mejor, con algún acto inconcebible de candor infantil. El muchacho quedó confuso al verla delante; se puso colorado hasta las orejas.

Ambos bien parecidos, de fisonomía abierta y simpática, y tan jóvenes, que realmente parecían dos niños. Fueron saludando uno por uno a los tertulios. En todos los rostros se advertía el afecto protector que inspiraban. Aquí tienes a tu suegra, Emilio. ¡Qué encuentro tan desagradable! ¿verdad?... dijo Pepa al joven. Suegra, no; mamá ... mamá respondió éste apretándole la mano cariñosamente.

Al entrar en el salón la Regenta, De Pas interrumpió una frase pausada y elegante, porque no pudo menos, y se inclinó saludando sin gran confianza. Detrás de Ana apareció Mesía, que traía la mejilla izquierda algo encendida y se atusaba el rubio y sedoso bigote. Venía mirando al frente, como quien ve lo que va pensando y no lo que tiene delante.