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Pero Villalonga y Santa Cruz lo pasaron peor, porque el primero recibió un sablazo en el hombro que le tuvo derrengado por espacio de dos meses largos, y el segundo fue cogido junto a la esquina del Teatro Real y llevado a la prevención en una cuerda de presos, compuesta de varios estudiantes decentes y algunos pilluelos de muy mal pelaje.

Los pilluelos, con los paquetes de impresos bajo un brazo, se quitaban la gorra, saludando con entusiástica familiaridad. ¡El GallardoOlé el Gallardo!... ¡Vivan los hombres!

En la naturaleza de las cosas está que sea cómica, y no seriamente bella, la exhibición ó la representación del abrazo amoroso, más ó menos apretado. Si el cínico Crates se une en público con Hiparca, á pesar de la licenciosa libertad de Atenas, los pilluelos de la calle le silban y escarnecen.

De las techumbres de paja de las barracas salían las bandadas de gorriones como un tropel de pilluelos perseguidos, y las copas de los árboles empezaban á estremecerse bajo los primeros jugueteos de estos granujas del espacio, que todo lo alborotaban con el roce de sus blusas de plumas.

Entre las colinas limítrofes y este canal quedaba por ambas orillas una extensa superficie gris de limo suelto, salpicado de charcos de agua donde los pilluelos del muelle gustaban de hundirse y revolcarse hasta que se embadurnaban asquerosamente para ir luego a lavarse arrojándose de cabeza en el canal.

Igualmente había abierto con su soplo el viejo túnel de Possilipo, cerca del cual existen una viña y una tumba, visitadas durante siglos como última morada del poeta. Los pilluelos, jugueteando en torno de la verja, arrojaban papeles y piedras al interior del templete. Les atraía la cabeza blanca del poderoso encantador, sintiendo á la vez admiración y miedo.

El amor a la gloria venció de nuevo al sórdido interés, y lo entregamos graciosamente a los desvergonzados pilluelos, que se reían de nuestra inexperiencia. Tales sacrificios estaban compensados por ciertos deleites no comprendidos sino de quien los haya experimentado.

Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.

Estaba compuesta en su casi totalidad por lo que durante el período revolucionario se llamó pueblo soberano, esto es, por todos los pilluelos y ganapanes de la ciudad, a los cuales se agregaban algunas personas dignas, aunque ociosas, y casi todas las comadres de los arrabales.

De todo rumbo surge el vibrante grito de los vendedores de diarios que pululan llenando las calles como esas bandadas de avecillas que en el bosque cantan cuando el día llega, y es de admirar el contraste que ofrecen esos pilluelos diligentes y honrados, que a pulmón lleno proclaman su luminosa mercancía, pasando rápidos y sonoros por el lado del «repartidor de diarios» que, silencioso y grave, va echando por entre buzones, celosías y rendijas la doblada hoja impresa que aquéllos pregonan a gritos.