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Sardiola, arrojándose a él, se la arrebató, y tomando desesperada resolución, salió al pasillo gritando: «Socorro, socorro; se ha puesto mala la señorita». Diose de manos a boca con dos personas que subían la escalera, y que al oírle se precipitaron en la estancia mortuoria. Eran el Padre Arrigoitia y Duhamel, el médico.

¡Tan hermosa y tan rica!... Pues se asegura que no tenía nada... que era una pobre muchacha que, en un momento de desesperación amorosa, intentó suicidarse, arrojándose al agua, y que fue recogida por el anciano Duque... Eso es una verdadera novela.

Lázaro se retiró, empujado por ella precipitadamente. Entró corriendo en su cuarto antes que Coletilla llegara, y arrojándose en el lecho, fingió que dormía. El fanático entró poco después y se acostó murmurando. Cuando apagó la luz, Lázaro se incorporó en su lecho con mucha cautela, y asomándose por una ventana que daba al corredor, miró hacia afuera.

Permanecían inmóviles, flácidos, torpes, bajo la caricia pálida de los rayos solares, rezumando grasa por sus poros. Muchos parecían dormir. Algunos más jóvenes, como si presintiesen un peligro al aproximarse al buque se arrastraban sobre sus cortas nadaderas, arrojándose al agua con el estrepitoso chapoteo de un odre inflado.

Su fogoso temperamento le impulsaba á seguir adelante, arrojándose en brazos de la fortuna, y en las tinieblas de lo imprevisto. Su alma se adaptaba á las ruidosas y dramáticas aventuras. ¿Qué hizo el muy pillo?

No, tía, no dijo Quilito arrojándose en la cama de nuevo, no se empeñe usted... ¡es inútil, es imposible! ¡Cuánto le agradezco todo, tiíta de mi alma! No seas bobo; desesperarse así no es cosa de hombres; ya verás, poco importa que no me digas la suma redonda... yo te he de traer lo suficiente.

, ; tienes que perdonarme, exclamó Ester arrojándose junto á él sobre las hojas del suelo. ¡Castígueme Dios, pero tienes que perdonarme! Y con un rápido y desesperado arranque de ternura le rodeó el cuello con los brazos y le estrechó la cabeza contra su seno, sin cuidarse de si la mejilla del ministro reposaba sobre la letra escarlata.

De pronto una terrible contracción la estremeció, abrió los ojos, se enderezó sobre la punta de los pies para llegar a mi altura y arrojándose a mi cuello con toda su fuerza fue ella a su vez la que me besó. La agarré de nuevo, la reduje a defenderse como una presa que se debate contra un abrazo desesperado. Tuvo la noción de que estábamos perdidos y lanzó un grito.

Una tras otra, fueron arrojándose sobre los platos, y perdido el primer escrúpulo, comenzaron a devorar como si saliesen de larguísimos ayunos. El señorito celebraba la voracidad con que se movían aquellas mandíbulas, y sentía una satisfacción moral casi equivalente a la que proporciona el bien. ¡

Doña Clara, que se había trenzado y arreglado entre tanto sus cabellos, permaneció largo tiempo en silencio. La reina estaba llena de ansiedad. Me casaré con ese hombre dijo al fin doña Clara. ¡Ah! ¡hermana mía! exclamó la reina arrojándose al cuello de doña Clara y besándola en la boca.