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Bien había visto a Marcones paseando por los corredores, y estaba seguro de que aquél le vió también a él. No se atrevió a pedirle que le acompañase. El viejo alguacil estaba hablando con agasajo a don Rufo, a un enemigo suyo, y fingió no advertir que su jefe pasaba. No era que se volviese al sol que más calentaba.

Este fenómeno desapareció con el restallido del fósforo y la instantánea presencia de la luz alumbrando la estancia. Los ojos del joven se esparcieron ansiosos por ella, y viendo a su mujer acostada, dijo: «¡Ah!... estás ahí... ¡qué bien haces el papel!». Para evitar cuestiones tan a deshora, la esposa fingió que dormía. Pero entreabriendo los ojos le vio encender la vela.

Tal vez en otras circunstancias no hubiera tenido buen recibimiento; pero al saber que venía de parte de doña Ana, sintió el clérigo dulce piedad, y perdonó de repente a aquella extraviada criatura sus insinuaciones vanas y perversas de otro tiempo. Fingió también no reconocerla. Teresina los espiaba desde la sombra en el pasadizo inmediato.

Probemos otra vez. Y volviendo al centro de la estancia fingió repetir su ataque anterior; inclinóse Tristán para echarle mano, tomando así la actitud que deseaba Simón, quien con rapidez increíble lo asió por ambas piernas, ó más bien se lanzó contra ellas, obligando á Tristán á caer hacia adelante y sobre las espaldas del arquero y de ellas de cabeza al suelo.

El viaje de Sacramento y su marido duró más de un año: al volver estaban ya desavenidos. En un principio el barón, como caballero que repugna publicar su desacierto, transigió con las que llamaba genialidades y ligerezas: luego trató de ocultarlas, y cuando ni esto pudo, fingió ignorarlas.

El teniente fingió no verle, mientras Lubimoff le seguía con una mirada interrogante. ¿Qué es lo que había de nuevo en este hombre? Dudó de su falta de salud, de su peligrosa situación que tanto preocupaba á los médicos. ¡Todo mentiras, para interesar á las damas! Se fijó en la firmeza arrogante de su paso, en el aire de jovenzuelo con que agitaba el junco que le servía de bastón.

Ni una palabra sobre lo pasado, nada sobre la deslealtad del joven que nuevamente la engañaba, callándola que ya no era libre y prometiéndola no separarse más de ella. Benedicta fingió creerlo y lo embriagaba de caricias para mejor afianzar su venganza. Entretanto el moscatel desempeñaba una función terrible. Benedicta había echado un narcótico en la copa de su seductor.

Lubimoff se animó con esta demostración de confianza. No era galante dejar que trabajase sola: él la ayudaría. ¡!... ¡! exclamó Alicia riendo, como si la proposición lo pareciese inaudita. El príncipe fingió enojo. , él... Era un marino, y su vida de aventuras le obligaba á saber un poco de todo.

Aquella joven ¿no consideraba que estaba casi desnuda?». , ya . Descuide usted, señor. En cuanto ladre don Tomás iré a llamarle. ¿No hay más? añadió la rubia azafranada, con ojos provocativos. Nada más. Y acuéstate, que estás muy a la ligera y hace mucho frío. Ella fingió un rubor que estaba muy lejos de su ánimo y volvió la espalda no muy cubierta.

No eran aquellas, por cierto, las apariencias de quien ha recobrado una dicha perdida. Pero se sobrepuso a la impresión penosa y fingió no advertir el aspecto desmejorado de su amiga. Laurita, que José Luis ha estado aquí... Pero ella la besó y llamó a sus hermanas. Era evidente que le dolía tocar este asunto.