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Frente a la granja, a unos cinco pasos, en un talud, se veía al cosaco muerto por Kasper el día anterior; estaba blanco por la escarcha y rígido como si fuese de piedra. Dentro, el fuego de la estufa, que se había encendido, calentaba el ambiente.

Don Raimundo, pues, la metía hasta el codo sin miramientos, y procuraba acercarse del lado que más calentaba el sol, tras del servicio por proveer, tierras que liquidar o concesión que acordar. Así tenía, a más del producto de sus préstamos usurarios, la renta fabulosa que sacaba sin repugnancia del estercolero de los negocios sucios.

Hablaba con entusiasmo de la operación de herrar, que don Fernando no había visto nunca. Los yegüerizos echaban sus lazos de cerda a los potros indómitos, sujetándolos por las orejas, mientras se calentaba el hierro en un fuego de boñiga seca; y al estar la marca al rojo, ¡zas!, se la aplicaban al costado, quemándose los pelos y quedando la piel señalada para siempre con la cruz y la media luna.

Y estas corrientes frías y más dulces se precipitaban en el hogar eléctrico de la Línea, que las calentaba y salaba de nuevo, renovando la vida mundial con su sístole y su diástole. El Océano comprimía en vano á los dos ríos cálidos, sin llegar á confundirse con ellos. Eran torrentes de un intenso azul, casi negro, que corrían á través de las aguas verdes y frías.

Agapo se descubría, como ante una imagen, y entraba en el comedor y se sentaba, , señor, se sentaba en una silla de rejilla, porque allí no temían que lo manchara todo con su contacto; en la alacena no faltaba el trozo de carne fría guardado para él, o el platito de arroz con leche o el resto de carbonada, que la señora calentaba por sus manos en la maquinilla de alcohol.

Quilito se había estremecido, porque parecióle que las ruedas le pasaban por encima, triturándole los huesos... De pronto, Agapo, que se calentaba a la lumbre, volviéndose de lado y de frente, para repartir el calorcito equitativamente, preguntó: ¡Ah! dime... bien decía yo que tenía algo que preguntarte y no caía qué cosa era... hoy debe haber ocurrido algo muy grave, muy extraordinario, en tu casa.

El conde de Cotorraso persistía en defender al astro del día para excitar el ingenio de su detractor. El sol era quien animaba la Naturaleza, quien calentaba nuestro cuerpo aterido, etc.

Pero entonces eran los días más largos y las noches más cortas; alumbraba el sol a la tierra y calentaba la sangre de los viejos, y, sobre todo, volvía de su viaje muy temprano; madrugaba mucho para espantar las ideas tristes de las cabezas en que apenas entra la caridad del sueño por la noche.

Un gabinete colgado de seda azul con botones de oro precedía a la alcoba de la joven desposada. En él se detuvo al regreso de la iglesia, tiró su albornoz, descubrió la adorable cabeza y se dejó caer en un sillón cual si se sintiese cansada y aburrida de las ceremonias del casamiento; entretanto su marido se calentaba los pies junto a la chimenea.

Y como les dijese unas veces que era el sol, y á otros en otras partes decia que era la luna, y á otros que era su Dios y Hacedor, é á otros que era su lumbre que los calentaba y alumbraba, é que ansí lo verian en los volcanes de Arequipa ; en otras partes decia que era el Señor que habia dado el ser al mundo, y que se llamaba Pachacama, que dice, Dador de ser al mundo; y ansí los traya, como tengo dicho, engañados y ciegos.