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Si Sepúlveda, que era el maestro del rey Felipe, defendía en sus «Conclusiones»el derecho de la corona a repartir como siervos, y a dar muerte a los indios, porque no eran cristianos, a Sepúlveda le decía que no tenían culpa de estar sin la cristiandad los que no sabían que hubiera Cristo, ni conocían las lenguas en que de Cristo se hablaba, ni tenían más noticia de Cristo que la que les habían llevado los arcabuces.

Yo, de buena gana, le hubiera abrazado, como a todo el mundo. Si no abrazos, por lo menos empecé a repartir sonrisas a todos, porque me parecía que todos habían contribuido a mi felicidad. Lo único que me sorprendió, al cabo de algunos momentos, fue que no me preguntasen por Gloria. Dios mío, ¿cómo se podía vivir sin Gloria?

Oyó el cielo su petición, y, cuando menos lo esperaba, oyó voces que decían: ¡Vitoria, vitoria! ¡Los enemigos van de vencida! ¡Ea, señor gobernador, levántese vuesa merced y venga a gozar del vencimiento y a repartir los despojos que se han tomado a los enemigos, por el valor dese invencible brazo! -Levántenme -dijo con voz doliente el dolorido Sancho.

Puso el Cristo en su sitio, regocijándose mucho con la admiración que producía el bronce en los circunstantes, y después salió a dar órdenes a Estupiñá. «Vaya usted a la parroquia para que acompañe al Santísimo, y diga que traigan pronto las velas que se han de repartir aquí».

En medio de todo ese barullo, yo gozaría extremadamente en repartir muchas limosnas; iría yo en busca de los pobres más desamparados, para socorrerles y... En fin, que yo no quiero que haya pobres... ¿Verdad, Frasquito, que no debe haberlos? Ciertamente, señora. Usted es un ángel, y con la varilla mágica de su bondad hará desaparecer todas las miserias.

Salió una voz del tumulto gritando: «¡Pedro, que matan á tu primoEl mayordomo partió como un rayo, y vibrando su nudoso garrote empezó á repartir palos lindamente. Pronto trazó el miedo un círculo espacioso en torno suyo. Las mujeres se cogían á la cintura de los campeones, queriendo sujetarlos. La condesa, al igual de ellas, también trataba de contener á Pedro vertiendo lágrimas de susto.

Si aquella era un ángel vestido de persona, y esta... bien se ve que es una tía ordinaria, que viene acá dándose el pisto de repartir limosnas... ¡Señora!... ¡vaya una señora!... apestando a cebolla cruda... y con esas manos de fregar... Ahora se dan santas del pan pringao, y... ¡a cuarto las imágenes; caras de Dios a cuarto!».

Cuando oyó el canto del órgano que se elevaba suavemente, como un murmullo esparciéndose por toda la iglesia, el abate Constantín se sintió tan conmovido, tan contento, que los ojos se le llenaron de lágrimas. No recordaba haber llorado desde el día que Juan le dijo que quería repartir su patrimonio con la madre y la hermana de los que cayeron al lado de su padre bajo las balas alemanas.

El drama ha de representarse sin modificación, sin supresión y sin añadidura: tal como lo escribió el poeta: pero tal vez el sabio empresario, tal vez el director de escena pueda repartir a su gusto los papeles. La sabiduría eterna, que todo lo prevé, previó también esta repartición, pero no la dispuso. Dejó que la libertad humana la dispusiera.

Era también la hora en que el squire prefería hablar en voz alta, repartir rapé y palmear las espaldas de los invitados a seguir sentado frente a la mesa de «whist». Esta preferencia exasperaba al tío Kimble que, estando siempre alegre en las horas de los negocios serios, se ponía grave y hasta violento cuando se trataba de jugar y beber aguardiente.