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No, no merece la pena; no duraré más de una hora; ya habrá ocasión de que me lleven. Materne, sin responder, hizo una seña a Kasper para que cruzara la carabina a modo de angarilla con la suya, y a Frantz le indicó que colocara encima al leñador, a pesar de sus lamentos, lo cual quedó hecho en un instante, y de este modo llegaron juntos a la casa.

Materne prometió vigilar el desfiladero de la Aduana con sus dos hijos, Kasper y Frantz, y contestar a la primera señal que le hicieran desde el Falkenstein. Al día siguiente, Juan Claudio marchó a Dagsburg, muy temprano, para ponerse de acuerdo con su amigo Labarbe, el leñador.

Una vez fuera, volviose Materne y exclamó, al tiempo que le temblaban los labios: Si no me hubiese contenido, le hubiera roto la botella en la cabeza. Y yo dijo Frantz estuve por atravesarle la tripa con la bayoneta. Kasper, con un pie en el escalón, parecía querer entrar; apretaba el mango del cuchillo de monte y su rostro tenía una expresión terrible.

De vez en cuando hacía Materne sobre el cosaco reflexiones como éstas: ¡Qué cosa más singular!, ¿eh? Una nariz redonda y una frente como una caja de queso. ¡Y eso que hay hombres raros en el mundo! Le has dado bien, Kasper; exactamente en medio del pecho; y, mira, la bala le ha salido por la espalda. ¡La pólvora es magnífica! Divès tiene siempre buen género.

Había una larga fila de jergones en el fondo de la sala; los dos últimos estaban vacíos, y en ellos se veían grandes manchas de sangre. Materne y Kasper colocaron en el más apartado al leñador, mientras que Despois se acercaba a otro herido diciéndole: ¡Nicolás, ha llegado tu hora! Entonces Nicolás Cerf se levantó con el rostro pálido y los ojos desencajados de terror.

Así deseaba quedar para siempre, mirándose en los ojos de Fernando, oyendo la voz del señor Kasper, una voz de predicador evangélico, que, a impulsos de la costumbre, pasó de los afectos de familia a hablar de negocios.

Hullin ordenó a Frantz y a Kasper que encendieran grandes hogueras en el vivaque para la noche; a Marcos, que diera avena a los caballos, para ir sin pérdida de tiempo a traer municiones, y al ver que ambos se marchaban, Juan Claudio penetró en la alquería. Al final del pasillo obscuro estaba el patio de la casa de labor, al que se descendía por cinco o seis escalones desgastados.

Materne dijo que era preciso subir lo más alto que fuese posible, con el objeto de dominar la llanura para adquirir noticias ciertas que llevar al vivaque, pues todas las habladurías de los fugitivos no valían lo que una simple ojeada al terreno. Kasper y Frantz estuvieron conformes, y comenzaron los tres a trepar por el monte, que forma una especie de promontorio avanzando dentro de la llanura.

Mas al oír un ruido que se escapaba del pecho de su padre, algo así como sollozos interiores, ambos jóvenes se quedaron atónitos y no pudieron dejar de pensar: «¡Cómo nos quiere! ¡Nunca hubiéramos creído estoFrantz y Kasper se sintieron también conmovidos hasta las entrañas.

La noticia de su amistad con la señorita Kasper había circulado por el buque con la rapidez que una vida ociosa y murmuradora comunicaba a todos las informaciones. Además, ella exhibía con orgullo su nueva conquista, y tal alarde tranquilizaba a Mrs. Power, que veía borrarse con él definitivamente todos los recuerdos. También alejaba a Mina, temerosa de la insolencia de Nélida.