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Por último, en las llanuras ondulan océanos de trigo, cebada, avena y centeno, que al soplo del viento producen en el vasto horizonte los mas bellos reflejos de esmeralda ú oro, segun el estado de las sementeras. Tal es la Mancha, como país agrícola, en sus principales caractéres. Pero no sin razon he llamado océanos las plantaciones de cereales.

Insolente con todo el mundo, sólo tenía atenciones y miramientos con la mula, y siempre andaba por los patios del palacio con un puñado de avena o una gavilla de zulla, cuyos rosados racimos sacudía graciosamente mirando al balcón del Padre Santo, como quien dice: «¡Jem!... ¿Para quién es esto

Su marido de aquesta preso estaba, Con dos pares de grillos y cadena, Y aunque el Mendieta culpas publicaba, La mayor no pesaba como avena: Y como la muger se recelaba, El alma de temor y miedo llena, Al marido á sus cuestas ha sacado, Y en la iglesia y sagrado lo ha encerrado.

Un millón, de los muchos que tenía, hubiera dado él por una victoria así. Ahora verían quién era más bruto. Guiñaba los ojos a todos, reía satisfecho, frotaba las manos. ¡Qué callada! ¡qué callada! Orgaz, solemnemente, buscó avena con h. No pareció. Será que la busca usted con b; búsquela usted con v de corazón. Nada, señor Ronzal, no parece.

Una tras otra, el toro probó sin resultado su esfuerzo inteligente: el chacarero, dueño feliz de la plantación de avena, había asegurado la tarde anterior los palos con cuñas. El toro no intentó más. Volviéndose con pereza, olfateó a lo lejos entrecerrando los ojos, y costeó luego el alambrado, con ahogados mugidos sibilantes. Desde la tranquera, los caballos y las vacas miraban.

En determinado lugar el toro pasó los cuernos bajo el alambre de púa, tendiéndolo violentamente hacia arriba con el testuz, y la enorme bestia pasó arqueando el lomo. En cuatro pasos más estuvo entre la avena, y las vacas se encaminaron entonces allá, intentando a su vez pasar.

El hombre dijo que no iba a pasar se atrevió, sin embargo, el malacara, que en razón de ser el favorito de su amo, comía más maíz, por lo cual sentíase más creyente. Pero las vacas lo habían oído. Son los caballos. Los dos tienen soga. Ellos no pasan. Barigüí pasó ya. ¿Pasó? ¿Por aquí? preguntó descorazonado el malacara. Por el fondo. Por aquí pasa también. Comió la avena.

Hombre, a propósito de sabios dijo don Frutos Redondo, el americano, que hasta entonces no había hablado . Tengo pendiente una apuesta con usted, señor Ronzal... ya recordará usted... aquella palabreja. ¿Cuál? Avena. Usted decía que se escribe con h... Y me mantengo en lo dicho, y lo hago cuestión personal. No, no; a no me venga usted con circunloquios; usted había apostado unos callos....

Entre los haces de leña que se deshacen en polvo, las ruedas de engranaje inservibles y los restos de los diez últimos años, aparecen varios sacos de harina y de avena; al lado se ve un buen número de utensilios pequeños: martillos, tenazas, cepillos, cuchillos de mesa.

Efectivamente, desde mi sitio no percibo más que el chapoteo del agua y la voz del guarda que llama a sus caballos, diseminados en la orilla. Todos tienen retumbantes nombres: «¡Cifer!... ¡L'Estello!... ¡L'Estournello!»... Cuando se oye nombrar cada bruto, corre dando al viento las crines, a comer avena en la misma mano del guarda...