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Dejando sus bellas luces Manchadas con negras sombras; Ni ave, ni fiera, ni pez, Ni planta, ni flor, ni hoja, En él quedarán: desaten Nubes y mares sus ondas. Se oye un temblor de tierra, y el ruido de un trueno, y el estrépito que hace el río de la Culpa, al acercarse; al mismo tiempo resuenan los lamentos de la tierra: ¡Piedad, Señor! ¡Señor, misericordia!

Estoy ya tan cursado en esta historia En males infortunios y descuentos, Que aquello que tuviera otro por gloria, Tratar del enemigo y sus lamentos, No daba tanto gusto á mi memoria; Y así me parecía los acentos Faltaban por tratar yo de alegría, Por vuelvo

Por la noche no dejó Miguel de pintarle tres o cuatro manchas en el rostro, con lo cual, al verse por la mañana en el espejo, comenzó a dar tales gritos y a proferir tales lamentos, que acudió el director y algunos profesores. Enterados del caso y hechas las correspondientes averiguaciones, se le impuso a Miguel un severo castigo.

Muchas gracias; quede usted con Dios. Aléjeme a paso largo. Antes de llegar a la puerta de Paca ya ruido de bofetadas y lamentos. Algunas mujeres se mantenían sentadas delante de las viviendas o salas, como allí las llaman, departiendo en voz alta.

AZUCENA. Yo no había olvidado, sin embargo, a la infeliz que me había dado el ser; pero los lamentos de aquella infeliz criatura me desarmaban, me rasgaban el corazón.

Pero la compasión de varios colegas que se le acercaron le hizo muy pronto cerciorarse. ¡Dios mío, cuánta compasión le prodigaron en pocos minutos! ¡Qué lamentos! ¡Cuántas invectivas contra el jurado! ¡Oh! ¡No hay nada más grandioso que la compasión de un compañero de oficio! Mario se mostró sereno. Les dio las gracias con sonrisa dulce y se retiró.

De entre los árboles del bosque llegaba hasta ellos el ruido de unos golpes dados á intervalos regulares, el eco de ayes y lamentos dolorosos y una voz que entonaba acompasado canto. Llenos de curiosidad, se adelantaron rápidamente y vieron entre los árboles á un hombre alto, delgado, que vestía largo hábito blanco y andaba lentamente, inclinada la cabeza y cruzadas las manos.

581 Esos horrores tremendos no los inventa el cristiano: "Es bárbaro inhumano" -sollozando me lo dijo- "Me amarró luego las manos con las tripitas de mi hijo." 582 de ella fueron los lamentos que en mi soledá escuché: en cuanto al punto llegué, quedé enterado de todo: al mirarla de aquel modo ni un instante tutubié.

Lubimoff repitió mentalmente sus lamentos de la noche: «, ya ha sidoImposible la duda. Pero no se le ocurrió matarlo, ni arrepentirse de su generosidad. ¡Todo inútil!

Tenían para ella aquellas incógnitas frases latinas un sentido claro: no entendía las palabras; pero harto se le alcanzaba que eran lamentos, amenazas, quejas, y a trechos suspiros de amor muy tiernos y encendidos.