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Al redactar este escrito me dejo llevar por un impulso involuntario, reconociendo lo poco que importa mi protesta y lo débil que es este alarde de patriotismo al lado de los que hacen y seguirán haciendo muchos generosos y nobles españoles, como, por ejemplo, los que residen en Méjico, y en la Península el sabio Obispo de Oviedo y el noble Marqués de Comillas.

Moro aplaudía, alababa el instrumento sin hacer alarde de su superioridad. Y proseguía con marcha oblicua y trabajosa, no hacia la confitería de D.ª Romana, que era el término glorioso de sus expediciones matinales, sino hacia casa de Paco Gómez. Resonaba ésta ya con los pasos agitados y el vocerío de una muchedumbre de jóvenes diligentes.

Vuelvo a pedir perdón; pero ¿quién no conoce en el día algún sacerdote de esos que queriendo pasar por hombres despreocupados, y limpiarse de la fama de carlistas, dan en el extremo opuesto; de esos que para exagerar su liberalismo y su ilustración, empiezan por llorar su ministerio; a quienes se ve siempre alrededor del tapete y de las bellas en bailes y en teatros, y en todo paraje profano, vestidos siempre y hablando mundanamente; que hacen alarde de...? pero nuestros lectores nos comprenden.

Pero, por una de esas contradicciones tan frecuentes en los hombres, no se decidió nunca a comer los mismos alimentos que sus camaradas. Sin hacer alarde de ello, se dedicó a las legumbres, a las frutas y a las herbáceas, viviendo como un vegetariano, un pitagórico. Se consolaba de este régimen cuando se le enviaba con alguna comisión a la ciudad.

Recordaba que en las enfermedades de sus padres y de sus hermanos, todos ya muertos, siempre había tomado al médico por Providencia; en vano era que en los tiempos de salud en casa participase del general escepticismo de que los mismos doctores solían hacer alarde; caía un ser querido en cama, y ya estaba Bonifacio creyendo en la medicina.

Todo ello servía para multiplicar los trabajos de Reyes, su responsabilidad y alarde de paciencia. Aquella resignación de su marido llegó a ser tan extremada, que a Emma acabó por parecerle cosa sobrenatural y diole mala espina.

Todo era modesto, de poco precio; pero la cama, con sus hierros coruscantes, les pareció a los dos un derroche, un alarde de suprema elegancia, una manifestación de su propósito de vivir en grande, sin privaciones. Siete duros les costó esta joya. Los dos se miraban con inquietud. ¡Qué modo de gastar el dinero!

Te engañas. ¡Temor vano! ¿Crees que te hablo en arrogante alarde, que la mente medrosa desmiente con terror? ¿Piensas acaso, que sabiendo que Dios únicamente puede cortar de la existencia el hilo, me rio de tu saña? ¿O que sintiendo robusto el cuerpo, el ánimo tranquilo, desprecio tu impotencia? ¿O que á grave dolencia rendido, busco en el alivio ansiado? Mas... ¡ah!

Todas las riquezas de Villeblanche se concentraban en una adquisición, que era la más admirada por Desnoyers, viendo en ella la gloria de su enorme fortuna, el mayor alarde de lujo que podía permitirse un millonario. «La bañadera de oro pensó . Tengo allá mi tina de oro

Volvió ella la cabeza hacia arriba, y al ver la expresión de beatitud de aquella cara, quedose pasmada ante semejante alarde de paciencia y humildad absoluta. A este algo le pasa, algo muy raro.... Parece más tonto que de costumbre, y al mismo tiempo en esa cara hay una expresión que yo no he visto nunca. ¿Sabes que andas distraído, joven?