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Ya que estamos aquí, vámonos al centro de Jerez, a la calle Larga. Emprendieron una marcha en desorden por el interior de la ciudad. Lo que les tranquilizaba, infundiéndoles cierto valor, era no encontrar obstáculos ni enemigos. ¿Dónde estaba la guardia civil? ¿Por qué se ocultaba la tropa?

Algo le tranquilizaba la idea de que le tostasen con símbolos en el caso desesperado de no salvarse, como deseaba seriamente. El primer esfuerzo que hizo Anita para salir de casa, tuvo por objeto llevar a su don Víctor a la Iglesia. Confesaron los dos con el Magistral.

Pero podéis estar tranquila, y sobre todo... sed feliz. Amadme un poco y no hablemos más de esto. Voy a leeros una página de vuestro querido Tennyson, el más casto de los poetas. No puede venir más al caso. Otra noche, algunos meses después, era ella quien tranquilizaba al joven. Debía ella partir a la mañana siguiente con su madre y su hijo para Dieppe, donde iba a pasar algunos días.

Pero no, uno se enamora de una mujer, y no de dos mujeres a la vez. Esta reflexión lo tranquilizaba. Muy joven era este muchachón de veinticuatro años. Nunca el amor había penetrado plena, franca y abiertamente en su corazón. Sólo conocía el amor por las novelas ¡y había leído tan pocas!

Catalina lo tranquilizaba entonces, como diciéndole con su mirada cariñosa: Espérate a que eduque a Cónsul, para convidarte con champaña y gallina, como Niní a Sansón, el hombre de las pesas falsas y de los músculos postizos... Una noche estuvo Raguet más exigente que de costumbre. Necesitaba en ese mismo instante trescientos francos...

Descartarse de la hija lo tenía él por importante; en cuanto al padre.... Verdad es que la hija no se marchaba tampoco; pero se marcharía, ¡no faltaba más! ¿Quién duda que se marcharía? Tranquilizaba a Julián una señal en su concepto infalible: el haber sorprendido cierto anochecer, cerca del pajar, a Sabel y al gallardo gaitero entretenidos en coloquios más dulces que edificantes.

Lo único que me tranquilizaba un poco era el placer que manifestaba usted en quedarse a mi lado. Cuando usted paseaba por el jardín, yo, desde mi diván, le seguía con el rabillo del ojo y muchas veces fingía dormir para que usted se acercase a con más libertad. No tenía necesidad de abrir los ojos para saber que usted estaba allí; le veía a través de las pestañas.

Pomerantzev se calmó, y hasta hizo rabiar un poco al doctor, que parecía muy asustado con la queja de su enfermo. No hay que apurarse tranquilizaba éste al doctor . Ya está todo arreglado. Los enfermos no eran muy numerosos en la clínica: once hombres y tres mujeres.

Fortunata se le puso delante cuando volvía hacia la mesa central. «Tenía que hablar contigo... Como no se te ve... ¡Ay, qué amigas estas, se muere una sin que le digan nada!». Algo se tranquilizaba Aurora con este lenguaje, y sonriendo contestó: «Hija, con tantas ocupaciones, no tiene una tiempo para visitas. Pensé ir a verte... Pero siéntate». Estoy bien así... Pronto despacho.

A ratos se tranquilizaba, pero de repente le entraba el berrinche y se ponía a dar patadas en el aire. Rafaela, que era una mujer de poquísimas fuerzas, ya no podía más. Guillermina se lo quitó de los brazos, diciendo: «Dámele acá... no puedes ya con tu alma... Ea, caballerito; a callar se ha dicho...». El Pituso le dio un porrazo en la cabeza.