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Lo que es capaz de tramar un ser de éstos, tan hipócritas como cobardes, se comprende por lo que tramó Fernando en aquellos tres años desde las mil facciones y complots realistas, alimentados por él, hasta el complot final de los cien mil hijos de San Luis, que Francia mandó al Trocadero.

Ya cerca de mi, cruzó los brazos, miró la cascada inmóvil, el puente, los árboles, y no abrió la boca. Yo, en tanto, retenía el aliento y me hacía la ocupada en una ramita de pino que acababa de quebrar, pero, sin que él se fijara, le miraba de soslayo. Prima... ¿Primo...? Esperé unos instantes el final del discurso.

En aquella hora final, cuando creía que pronto iba á arrojar para siempre la letra candente, se había ésta convertido singularmente en centro de la mayor atención y curiosidad, abrasándole el seno más dolorosamente que en ningún tiempo desde el primer día que la llevó.

Sirviendo de guía a las tropas de carretas, picando éstas cuando ya mis músculos lo permitieron, de peón aquí, de vago allá, llegó un día para dichoso y bendecido porque es el origen de mi felicidad actual en que una leva me tomó y puso punto final a mis correrías de vagabundo, perfilando sobre la figura mal pergeñada del pobre gaucho ignorante la simpática silueta del soldado.

No experimentó sorpresa al ver cómo giraba la puerta del camarote sin que apareciese alguien en el espacio recién abierto. Luego, Nélida entró de golpe, o más bien, saltó, con la alegría de un gimnasta que llega al final de una carrera de obstáculos.

La única culpable era aquella loca, que se había propuesto enemistarlos. A la mañana siguiente, Maltrana no pudo resistir por más tiempo esta separación, y abordó a su amigo en la cubierta. Parecía desesperado. ¡Que unos hombres como ellos, que hacían el viaje lo mismo que hermanos, fuesen a pelearse al final!...

Veíamos salir y entrar las barcas; veíamos a los chicos que se chapuzaban, desnudos, en la punta de Cay luce, y a los pescadores de caña haciendo ejercicio de paciencia. Los pescadores nos conocían. ¡Qué sorpresa cuando aparecía, al final de un aparejo, un pulpo con sus ojos miopes, redondos y estúpidos, su pico de lechuza y sus horribles brazos llenos de ventosas!

No se podía caminar por el buque sin recibir empellones de la gente, golpes de sillas cambiadas de lugar, o enredarse los pies en los montones de telas. Fernando se refugió en el final del paseo que daba sobre la proa, acodándose en la barandilla, junto al bombo y los instrumentos de cobre abandonados por los músicos.

No era ninguna joven; yo esperaba este final; pero por fuerte y resignado que uno sea, estos golpes siempre se sienten. Al irse la pobre vieja, quedo libre. Era lo único que me ligaba a esta iglesia, en la que ya no creo. Su dogma es absurdo y pueril, su historia un tejido de crímenes y violencias. ¿Para qué mentir, como otros, fingiendo una fe que no siento?

Mundhir Ibn Saíd que advierte la inoportuna y brusca conclusion, toma el discurso donde lo ha dejado Abú Alí, é improvisa una peroracion brillante en prosa y verso con que deja á todos atónitos y complacidos, y el califa con agradable gesto le demuestra su satisfaccion, reservándose premiarle despues... Esta ceremonia, cuyo final dejan indeterminado los escritores árabes, quedará tambien para nosotros entre nubes; y ahora haremos presenciar al lector en este mismo pabellon, trasformado para la ceremonia de la jura de Al-hakem, otra escena que podria figurar dignamente entre los mágicos cuadros de las mil y una noches.