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Su madre, la señora Grevillois, es una persona dulce, siempre cansada y sin aliento. Es muy piadosa, pero no del mismo modo que su hija, a la que sólo el respeto impide juzgar a su madre como a .

Buenos días, mi ruiseñor dijo Stein, que al oírla había salido al patio. Por vía del ruiseñor, ¡ehe, ehe, ehe, ehe! gruñía y tosía Momo , ¡ruiseñor y es la chicharra más cansada que ha criado el estío!, ¡ehe, ehe, ehe, ehe! Ven, María prosiguió Stein , ven a escribir y a leer los versos que traduje ayer. ¿No te gustaron?

El padre, siempre silencioso é impasible, recibía las visitas, estrechaba manos, agradecía con movimientos de cabeza los ofrecimientos y las frases de consuelo. Al cerrar la noche no quedaba nadie. La barraca estaba obscura, silenciosa. Por la puerta abierta y lóbrega llegaba como un lejano susurro la respiración cansada de la familia, todos caídos, como muertos de la batalla con el dolor.

La desgracia, como cansada del tesón con que los dos compadres sabían eludirla, comenzó a cebarse en ellos. Era en vano que con riesgo de su vida esquivasen durante la noche los pasos difíciles de la sierra. Por tres veces les sorprendieron cerca de la ciudad, en los llanos de Caulina, cuando se creían ya en salvo.

Estoy sola: la amistad de un muchacho bueno y noble como usted, capaz del sacrificio por una mujer a la que apenas conoce, resulta grata. Además, esto no compromete. Yo soy ave de paso: he venido porque estoy cansada, enferma no de qué, pero profundamente quebrantada en mi espíritu.

Ya que en el Retiro estaba, quiso, lleno de entusiasmo, recordando las campiñas y bosques de su tierra, tenderse un rato bajo aquella frondosidad tan decantada; mas, fuese culpa de la intensidad del sol, ó de la ruindad de los árboles, es lo cierto que en una extensión de media legua de bosque no halló tres dedos de sombra, ni dos docenas de yerbas donde tender su cansada humanidad.

Por supuesto que ni por asomo pensó en que se acostaría sola. Y es que la mujer, por sensual y materialista que sea, tiene en los instantes de dolor una pureza de sentimientos que rara vez brilla en el hombre. <tb> A la hora del alba, cansada de martirizarse el pensamiento, se asomó al balcón.

Yo le dije a Larragoyen que me parecía mejor seguir e intentar pasar la barra lo más pronto posible. Ir a guarecerse a Guetaria, con la gente cansada y anhelante, me parecía peligroso. Larragoyen nada dijo. El sostenerse allí era casi tan peligroso como pasar. Después de las tres olas fuertes, los golpes de mar de ordenanza, como les llaman los marinos, venía un momento de relativa calma.

La saludé con mi expresión más amable y le pregunté si estaba muy cansada por las emociones que había sufrido. ¿Cansada?... No, no lo estoy... Soy muy desgraciada. Acentuó estas palabras con voz baja y apasionada y labios temblorosos. Sus manos, finas y un poco flacas, que la joven frotaba una con otra en un ademán de cortedad infantil, temblaban también.

Se repuso un poco, gracias a un prodigioso esfuerzo, que no pudo ocultar, y me respondió solamente: Estoy muy cansada. Entonces me asaltó un horrible remordimiento. Soy un miserable exclamé, sin corazón y sin sentimientos honrados. No supe salvarme; viene usted a y la pierdo.