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Volvió tranquilamente la página y miró de soslayo a Carolina, que estaba absorta en la lectura de un cuaderno con láminas. Lady Clara no dijo una palabra, y durante el resto de la noche permaneció absorta, contra su costumbre, y sumamente silenciosa y meditabunda.

No os apuréis por eso, amado sobrino díjole doña Inés, tendiéndole su propia copa, después de haber sorbido en ella dos o tres traguitos. Bebiose el joven el resto, y sintió mirando a su bella tía, que un fuego interno le abrasaba, como si el añejo Oporto fuera un filtro de amor.

Quedaron ciento treinta en poder de los vencedores, y el resto lo tragó el mar o lo abrasó el fuego. Veinticinco mil turcos murieron, y más de cinco mil, cautivos quedaron. Halláronse en las galeras apresadas ciento diez y siete tiros gruesos de artillería y doscientos cincuenta menores, y se libertaron doce mil cautivos cristianos.

Porque estoy segura que de esa suma Quilito apenas habrá tomado diez mil, y el resto será los intereses del usurero... sobre esto había yo de escribir un remetido... ese pagaré no debiera ser válido, ¿verdad? naturalmente.

Es falso, por ejemplo, que Carlos hiciese sus exequias en vida; falso que estuviese sujeto á la misma regla que los frailes de la casa; falso que se flagelase hasta teñir de sangre las disciplinas; falso que no atendiese á las cosas políticas de España y del resto de Europa, y falso que se dedicase á la construcción de juguetes automáticos y otras puerilidades con su relojero de cámara y famoso mecánico Juanelo Turriano.

Ya se sabe que las poblaciones nuevas necesitan auxilios. Los que pueden darse á las proyectadas son soportables al ramo de guerra, que no tiene otro destino que la seguridad y poblacion de los campos. Me parece que á cada sargento, cabo y blandengue se le puede anticipar, para hacer su casita, 80 pesos, de los cuales la mitad ha de quedar á su favor, y el resto lo podrá devolver en 2 ó 3 años, descontándolo de su prest. A todo paisano pobre y poblador se le podrá adelantar igual cantidad de 80 pesos, sin cargo de devolverla, dándoles ademas el primer año un real diario por familia, para que puedan subsistir mientras siembran y se habilitan. En esta gracia no deben comprenderse los blandengues porque tienen su sueldo, y á fin de que no se aventuren las anticipaciones, se cuidará de no hacerlas sino á proporcion del adelantamiento que se vea, á proporcion de la fábrica da la casa, y esta ha de valer á lo menos la cantidad que se adelantase. Tambien es preciso que nadie pueda enagenar su casa, sitio ni tierras, ni dejar de ser vecino en ocho años, sópena do perderlo todo, con los costos que hubiere hecho, y los derechos y prerogativas de poblador. Y si por muerte ó sucesion pasasen las casas, &a., de padres á hijos, estos han de estar ligados con las mismas condiciones en dicho tiempo. Igualmente debe suplir el ramo de guerra el costo de las mediciones y diligencias del reparto, y 500 pesos para sínodo de un cura en cada villa, el cual no deberá exigir derecho alguno de sus feligreses, ni otras ofrendas ò limosnas que las voluntarias, en los cuatro primeros años. En los cuatro siguientes cobrará el cura la mitad de los derechos parroquiales, en compensacion de la mitad del sínodo que se le rebajará; y pasados los ocho años se le quitará el sínodo, y percibirá los derechos parroquiales por entero como todos los demas curas. Por supuesto que el propio ramo debe costear la capilla ó iglesia, y la casa capitular: pero como todo pueblo es un seminario de enredos, es preciso que

Este singular atrevimiento, uno de los episodios más honrosos de la jornada de Trafalgar, se llevó a cabo en un buque desarbolado, sin timón, con la mitad de su gente muerta o herida, y el resto en una situación moral y física enteramente lamentable.

Al salir sobre las tablas ó en el primer capítulo un protagonista joven, noble, arrogante, que sólo abría la boca para decir cosas hermosas y profundas, ya se sabía, era un ingeniero. Lo malo añadió Aresti, recobrado su tono irónico es que en este Bilbao todo es diferente del resto del mundo.

Al decirle el joven que se había casado, aceptó con gozo la vida en común que le propuso Maltrana. Enumeró éste a Feli las ventajas de tal arreglo. Vivirían al otro extremo de Madrid: listos habían de ser los que les encontrasen. Sólo pagarían tres duros por la casa. Del resto del alquiler se encargaría «el santo», que ocupaba las dos mejores habitaciones con su balumba de libros viejos.

Habrá visto á mi tía y no se habrá atrevido á moverse. Tengamos paciencia y esperemos á mañana." El resto del día no le pareció largo; ya no se aburría. Su vida estaba llena por un interés inmenso.