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Un profesor de derecho natural explicará cumplidamente los derechos y deberes de la patria potestad, y las obligaciones de los hijos con respecto á los padres, aduciendo las definiciones y razones que en tales casos se acostumbran.

Todo en América ha de ser más alto y más grande que en Europa. ¿No está, por consiguiente, en contradicción con este empeño de superioridad; con el Excelsior, tan hermosamente cantado por un poeta yankee y tomado como lema y santo y seña de su nación, el querer intimidar con amenazas y fieros á una nación que se cree débil, para fomentar la rebelión de gente á quien no es posible que se estime y para atropellar legítimos derechos?

Un mes después de la primera entrevista con el suegro de Miquis, Isidora había perdido ya la fe en sus derechos a la casa de Aransis. De ellos no quedaba en su alma sino una grande y disolvente ironía. Ya no creía en si misma, o lo que es lo mismo, ya no creía en nada.

Yo no puedo decir a usted, señora... Presumo que , porque atiende mucho a su hacienda. Sus gastos son pequeños, y en vez de aumentarse los va restringiendo cada día más. Donde entra mucho y sale poco no tiene más remedio que hacerse montón. Los derechos parroquiales deben producir mucho, ¿verdad? preguntó con más curiosidad aún la esposa del boticario de la plaza.

Era la rebeldía, la protesta desesperada, la que había roto las ligaduras del antiguo siervo, la que emanciparía al asalariado moderno, adulado con toda clase de derechos ideales, menos el derecho al pan.

A su vez la madre recibe también cantidades por el Idinara ó sea por los meses que llevó en su vientre á la novia, por el pagpadodo, ó sea el período de la lactancia, y por el gímirod ó sea por sus desvelos y cuidados. Si la novia no es primogénita tiene también el novio que pagar derechos llamados ilinacad.

En esto encontraba Roussel un gran campo de discusión y le aprovechaba, ocupando á Mauricio con sus razonamientos y forzándole á distraer su dolor en controversias. En resumen, sospechaban que la señorita Guichard había secuestrado á la señora de Aubry de un modo tanto más criminal cuanto que no tenía sobre la joven ni derechos naturales ni derechos adquiridos.

Allí fué que en otros tiempos Sobre el indio fugitivo, Llegó el español altivo Y alzó la gigante cruz. Quién atronando su orilla Con acento furibundo, Turba el silencio profundo Que reina en la soledad? Por una parte, un gran pueblo Que sus derechos reclama; Por otra, turba que infama Á Dios y la humanidad.

Los codos de los unos, por secreto y fatal impulso, iban derechos a los ojos de los otros. El sujeto pasivo de tales caricias llevaba inmediatamente la mano al lugar del contacto, y solía exclamar ásperamente: «¡Bárbaro! ¡Ya podía usted...!» Pero un enérgico chiis chiis de la muchedumbre le obligaba a matar en flor su discurso. Y volvía a imperar el silencio.

Llevola a las Micaelas doña Guillermina Pacheco, que la cazó, puede decirse, en las calles de Madrid, echándole una pareja de Orden Público, y sin más razón que su voluntad, se apoderó de ella. Guillermina las gastaba así, y lo que hizo con Felisa habíalo hecho con otras muchas, sin dar explicaciones a nadie de aquel atentado contra los derechos individuales.