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¡Quia!... No faltaba más. Quedose un rato Fortunata en la puerta mirándola subir, calle arriba, y después entró despacio, meditabunda. En todo el resto del día no la pudo apartar de su mente. ¡Qué extraordinaria mujer aquella! Sentíala dentro de , como si se la hubiera tragado, cual si la hubiera tomado en comunión.

Luego se iban a otro sitio. Isidora, sentada junto a un tronco, se quedaba meditabunda, mirando por un hueco del ramaje las blancas masas de nubes que avanzaban sobre lo azul del cielo con soberana lentitud. Miquis cogía una rama seca, y acercándose cautelosamente por detrás de la joven, se la pasaba por la cara y decía con voz lúgubre: «¡La mano del muerto!».

Alguna se le aproximó en son de burla; pero no pudo obtener de ella una sola palabra. Estaba sentada a lo moro, con los brazos caídos, la cabeza derecha, más napoleónica que nunca, la vista fija enfrente de con dispersión vaga más bien de persona soñadora que meditabunda.

Al verle con su cabeza baja y meditabunda, con los brazos cruzados sobre su cintura y las manos perdidas en las anchas mangas de su hábito, atravesar tristemente las calles de Zaragoza en dirección á la Universidad, acompañado de un lego, todos decían: ¡Oh, qué buen sacerdote y qué santo varón es el padre Aliaga!

Debajo, debajo está todo eso afirmó la otra meditabunda . Yo hago caso de los sueños, porque bien podría suceder, una comparanza, que los que andan por allá vinieran aquí y nos trajeran el remedio de nuestros males. Debajo de tierra hay otro mundo, y el toque está en saber cómo y cuándo podemos hablar con los vivientes soterranos.

Así es que, en medio del afán y del dolor que por su madre sentía, Clara se atormentaba con la idea de aquella inclinación hacia un sujeto, á favor del cual, por extraordinario hechizo, se trocaban en causas y motivos de simpatía y afecto todas las razones que para aborrecerle le daban. Lucía, por su parte, también estaba meditabunda y triste en extremo.

La noche del mismo día en que se trató de la herencia, supo Nicolás lo que pasaba, y no lo tomó con tanta calma como Juan Pablo. Su primer arranque fue de indignación. Tomó una actitud consternada y meditabunda, haciendo el papel de hombre entero, a quien no asustan las dificultades y que tiene a gala el presentarles la cara.

Del salto se plantó Maxi en la cama, quedándose un instante con los brazos y las piernas en alto. Después dejaba caer pesadamente las extremidades para volver a levantarlas. «¡Bonita noche nos va a hacer pasarexclamó doña Lupe cruzando las manos. Fortunata, desalentada y meditabunda, se dejó caer en el sofá.

La Fleurota había ya cargado sobre el hombro el cubo lleno de ropa y permanecía inmóvil en medio del camino, en actitud de vieja Parca meditabunda. Pensaba sin duda en que acababa de dar un buen tijeretazo en carne viva, pues así lo demostraba la limosna que el inspector general tan generosamente le acababa de hacer. En efecto, el golpe había estado bien dirigido.

Esto era lo único que podía envidiarle Magdalena, ya que era más hermosa y más rica que su prima. Pero en aquella ocasión Antoñita, contra su costumbre, en lugar de correr en busca de sus flores paseábase lentamente en actitud meditabunda y casi triste.