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Otro de los motivos favoritos de Yurrumendi era la descripción de la isla del Fuego, en donde él había estado alguna vez. En la cumbre de esta montaña inaccesible arde un fuego intermitente que se enciende de noche y se apaga de día.

La virtud no es responsable de los males acarreados por nuestra imprevision ó lijereza; pero el hombre suele achacárselos á ella con demasiada facilidad. «Mi buena fe me ha perdidoexclama el hombre honrado víctima de una impostura; cuando lo que le ha perdido no es su buena fe, sino su torpe confianza en quien le ofrecia demasiados motivos para prudentes sospechas. ¿Acaso los malos no son tambien con mucha frecuencia víctima de otros malos, y los pérfidos de otros pérfidos?

Toda esta gente en lo interior; la parte que tié vistas a la calle, ya lo sabe usted, es de los señores dueños de la casa. Lo prencipal es que yo estoy cerca, y si se pone usted mala no ha de faltarle . Yo no acabo de hacerme cargo de lo que usted prepara; en fin, cuando usted lo hace, sus motivos tendrá.

Entonces Zoraida o Carmen, con cierta suave violencia, se lo quitaban. ¿Por qué? les preguntaba sorprendida. Ellas callaban, mirándose. Zoraida, que era música, solía sentarse al piano y ejecutaba con maestría motivos de Chopin o de Beethoven. A veces lo hacía como jugando, interrumpiéndose a cada rato por seguir la conversación de sus hermanas.

Había motivos para sospechar que aquella G... era cierta Gumersinda, esposa de un comerciante de harinas, mujer notable por la abundancia de carnes, que la hacían caminar con dificultad. Periquito amaba a las casadas y a las gordas. Cuando estas dos preciosas cualidades se reunían dichosamente en un ser, su pasión no tenía límites. Y tal era el caso presente.

Sin duda, en su aspecto externo, encontramos con frecuencia el desarrollo del argumento descansando, como en los de la primera clase, en los mismos é iguales motivos, no habiendo otra diferencia sino la de que cada momento de la última recibe su verdadero sentido de su menor ó mayor relación con la idea capital.

El tal corral de la calle Jimios era famoso en Sevilla, y más famoso por vivir en él un hombre llamado el maestro Félix, viejo zumbón, dicharachero y gitanesco, entre bailarín y cantaor, que tenía gran popularidad entre el majío y que era pájaro de cuenta por muchos motivos.

Tal vez por algo que no es la riqueza; por otros deseos menos explicables. Había reflexionado mucho durante la noche anterior, y ahondando en sus decisiones, encontraba en ellas motivos inconscientes, no sospechados hasta entonces, que le hacían avanzar con un empujón tan rudo como el deseo de riqueza.

De aquí que, aderezadas ya desde las tres de la tarde, con el sombrero y los guantes puestos, aguardasen al pie de los balcones, espiándose las unas a las otras por detrás de los visillos. «Ya pasan las de Zamora.» «Ahora vienen las de MateoSólo entonces se aventuraban a lanzarse a la calle y subir poco a poco y con la debida majestad hasta el paseo, donde hacía ya dos horas la banda municipal ejecutaba diversas fantasías sobre motivos de Ernani o Nabuco para recreo de las niñeras y algunos apreciables albañiles.

Estos se fundan en la evidencia; así lo experimentamos; pero cuando el espíritu se pregunta ¿por qué debes fiarte de la evidencia? no puede responder otra cosa sino que lo evidente es verdadero. ¿En qué funda esta proposicion? ordinariamente en nada: se conforma á la misma sin haber pensado nunca en ella; pero si se empeña en reflexionar encuentra tres motivos para asentir á la misma.