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»Si usted demora su vuelta y mi tío muere antes de que ésta se verifique, yo ingresaré en un convento. »Si no contesta a esta carta ya no volveré a escribir. ¡Amaury, tenga usted compasión de su hermana! »Antonia.« «10 de marzo. »No he recibido esas cartas de que usted me habla, Antoñita, o por mejor decir, no he querido recibirlas.

Pero, ¿qué sucede? preguntó temblando Antoñita. Sucede que Amaury te ama y que amas a Amaury. Los dos lanzaron un grito de sorpresa, y quisieron levantarse. ¡Tío mío! dijo Antoñita. ¡Señor! exclamó el joven.

»Afortunadamente el progreso del mal parece haberse detenido por ahora y me deja respirar con libertad un instante. »Espero. ¿Podré también confiar? ¡Dios lo sabe!» 5 de julio «Sigue muy mejorada y esta mejoría la debo a Amaury y a Antoñita. Amaury se ha portado como hombre capaz de todo sacrificio por la mujer a quien ama.

Delante de Amaury, no cesaba el doctor de encomiar las cualidades de Antoñita, dejando traslucir en más de una ocasión el agrado con que vería que Amaury renunciase a los planes que él mismo había trazado respecto a su pupilo y a Magdalena, para dedicarse a aquella sobrina que había prohijado, y en la cual parecía haber concentrado ya todo el afecto.

¡Cómo! ¿menudencias llama usted a cosas que atañen a la honra, a la reputación, al porvenir de una persona? No te enfades por mi manera de expresarme; ya comprendo que no he debido llamar menudencias a cosas graves, porque grave es en verdad un asunto de amor, de verdadero amor. ¡Acabáramos! ¿Conque ama usted a Antoñita? Muy compungidamente Felipe contestó que .

Si yo conociese alguna capaz de eso, te juro, Amaury, que le legaría con gusto tu cariño, porque ahora ya no me atormentan los celos... ¡Pobre amor mío! Tengo tanta compasión de ti como de misma, porque el mundo va a parecerte tan desierto como mi sepultura. Amaury sollozaba; por las mejillas de Antoñita rodaban gruesas lágrimas; el sacerdote, para no llorar, procuraba recogerse en la oración.

Ahora ya sólo Dios podría inspirarte celos. Tu abnegación es sublime: me admira... Y me causa envidia agregó, bajando la voz. Hija mía dijo el ministro de Dios, su amiga, su hermana Antoñita ha acudido a su llamamiento. Acaba de llegar; ahí está. Antonia, al verse descubierta, lanzó un grito y vertiendo abundantes lágrimas se acercó a la enferma.

Amaury se cruzó de brazos, alzando la vista con verdadera indignación. Con honradas intenciones, por supuesto... ¿Ama usted a Antoñita? , mi buen amigo; puede que no sepas que se me ha muerto otro tío, de modo que hoy poseo una renta de cincuenta mil libras... No hablo de eso. Perdona; yo creo que esta circunstancia no me perjudica.

Así, pues, nadie extrañará, que Antoñita, ya que ella madrugaba más que la pobre Magdalena, contestase cotidianamente desde la ventana por donde pocos meses antes había presenciado la partida del joven y de su tío, al amable saludo de Amaury, saludo siempre acompañado de una seña o de una sonrisa.

Antonia hizo ademán de retirarse en el acto, pero comprendiendo que, si se marchaba de aquel modo, parecía rehuir la presencia de Leoville como si se sintiese pesarosa de su dicha, se detuvo y volviendo la cabeza le dijo, sonriendo de un modo encantador: ¿Es usted feliz ya, Amaury? ¡Mucho, Antoñita!