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Actualizado: 29 de julio de 2025
»Oigo dar las once. ¡Buenas noches, Antoñita! La dejo a usted para ir en busca de Magdalena, que ya me estará aguardando.» A las 2 de la madrugada. «Tan pronto como llegue a sus manos esta carta póngase en camino y venga, porque nos hace mucha falta su presencia. »¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Magdalena se muere sin remedio! ¡Oh! ¡Qué miserable soy! ¡Venga, venga usted a escape! »Amaury.»
Con cierta expresión de tristeza sonrió Antoñita al estrechar la mano del joven, pensando que también ella había gritado, sin que su voz llegase a los oídos de Amaury. La institutriz no había visto nada, o mejor dicho, lo había visto todo, pero habíase detenido su mirada en la superficie de las cosas sin querer profundizar.
Organizadas las partidas de juego y generalizada la conversación, procuraba siempre Amaury ocupar el asiento más próximo a Antoñita, y acontecía que en medio de la garrulería de los demás, ellos dos, conversando en voz baja parecían silenciosos; tan quedamente departían.
Como aquél era después de éste el más próximo y asiduo de todos los admiradores de Antoñita, ella le dedicó sus más amables sonrisas, sus más insinuantes miradas, sus más expresivas palabras y animadas conversaciones.
Y tú ¿no le correspondes? ¡Tío!... ¡Tío!... exclamó Antoñita, como queriendo reconvenirle. Está bien, no hablemos de ello. Todo se hará como quieras, que en resumen es lo mismo que yo tenía en proyecto. Pero es necesario hacer que se explique Amaury, porque hemos podido equivocarnos... Si así fuera... Si no amase a Magdalena...
Usted conoce muy bien al hombre que he elegido por marido: es... prosiguió Antoñita con voz ahogada lanzando una furtiva mirada al sepulcro de Magdalena como si quisiera pedirle aliento para hacer tal confesión, es... Felipe Auvray.
¿A qué se refiere usted?... ¿Qué quiere usted decir? preguntó Antoñita, sorprendida y asustada. Felipe no contestó, contentándose con dirigirle una patética mirada, y salió en trágica actitud, con sentimiento de haber hablado demasiado.
Magdalena hizo un movimiento instintivo para echarse hacia atrás; pero, luego se rehizo y, dominando aquel mal impulso abrió los brazos para recibir a su prima que se arrojó en ellos con efusión, quedando así abrazadas un buen rato hasta que Antoñita se desprendió y retrocediendo fue a ocupar el puesto del sacerdote, que acababa de dejar la habitación.
Nunca Felipe había pasado una velada tan feliz y a la vez tan dolorosa como lo fue aquélla para él. Feliz, porque Antoñita no tuvo sino dulzura y amabilidad para su adorador, y dolorosa por la perspectiva de aquel lance a que le arrastraba Amaury. Gracias a que algo se lo hacía olvidar la incesante y gratísima conversación de Antoñita.
Yo sonreí, adivinando la causa de ello: Amaury acababa de llegar. »Entonces volví al salón, pero por otro camino; por una senda oscura, a lo largo del muro. »En ella encontré a Antoñita, que estaba sentada en un banco, sola y muy pensativa. Dos días hacía que tenía el propósito de hablarla, y juzgando el momento favorable, me detuve ante ella. »¡Pobre Antonia!
Palabra del Dia
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