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Actualizado: 29 de noviembre de 2025


»¿Por qué su tío, Antoñita, no permitió que me quitase la vida? ¿Por qué detuvo mi brazo con aquel falaz argumento:? «¿A qué matarnos, si la muerte ha de venir por si sola?» »En parte no le faltaba razón, puesto que él se está muriendo; pero o nuestras naturalezas son distintas o él tiene la edad en su favor. Lo cierto es que yo no puedo morir. ¡Oh, Antonia!

Sin duda ninguna, señor conde replicó Amaury con cierta turbación; y si Antoñita ama a su sobrino... Pero perdone, ¿no estaba agregado el vizconde a la embajada de San Petersburgo? En efecto, ejerce en ella el cargo de secretario segundo; pero ha obtenido licencia. Entonces, ¿va a venir? preguntó Amaury, no sin cierta brusquedad.

No dejaba de pensar a cada coquetona sonrisa de Antoñita que acaso a la mañana siguiente le costaría demasiado cara; pero aun así le parecía deliciosa, tanto como terrible la primera que el adversario le lanzaría sobre el terreno y que él veía con toda realidad en su imaginación.

Magdalena, incorporada en su lecho, la siguió con la mirada, en la que se revelaba cierta inquietud, y luego cuando Antoñita, que había desaparecido acercándose a la casa, volvió a aparecer lejos del edificio, se dejó caer de nuevo en la cama lanzando un hondo suspiro.

Desde la noche del baile, Auvray había ido todos los días, sin faltar uno, a informarse del estado de Magdalena. Solía recibirle Antoñita, y después que ésta partió, era José quien le daba las noticias.

No si será la diferencia de edad o la gravedad de su carácter la causa de ello; pero el hecho es que con usted no me ocurre nada de eso; con usted, Antoñita, hablaría yo sin cesar toda la vida. »Una semana después de marcharse usted aún seguía yo preguntándome todas las noches: ¿Viviré o moriré? porque entonces estaba en peligro Magdalena.

A los pies de la cama el sacerdote, con semblante noble y grave, contemplaba a la pobre moribunda elevando de vez en cuando sus ojos hacia el Cielo adonde su espíritu habría de volar pronto. Súbitamente apareció Antoñita en el marco de la puerta, quedándose en la sombra que envolvía uno de los ángulos del cuarto. No intentes ocultarme tu llanto, Amaury decía Magdalena con acento cariñoso.

Conoce usted, sin duda, el proyecto del conde de Mengis y aprueba su plan de casarla con su sobrino... Antoñita manifestó su desagrado con un ademán. ¡Si no lo censuro! pero entiendo que no hay motivo para que se aparte usted de , rehuyendo mi presencia como la de un importuno que la molestase, sólo por haber hallado el hombre que sin duda llena sus aspiraciones.

Oyose entonces la voz de Magdalena, que decía, reprendiendo a la modista: ¡Por la Virgen Santísima! ¡Cuidado que está usted hoy torpe! ¡Vaya! ¡Deje usted que me ayude únicamente Antoñita y acabemos de una vez! Al cabo de un instante de silencio exclamó: ¿Pero qué haces, Antoñita? Y a esta exclamación siguió un ruido parecido al que se produce cuando se rasga una tela.

»Dice usted que su tío está cambiado. No debe usted inquietarse por eso, Antoñita. A cada cual se le ha de desear lo que más apetece, y siendo así que cuanto más abatido se siente él está más contento, tenga usted por seguro que cuanto peor le parezca que se encuentra tanto mejor juzgará estar el doctor.

Palabra del Dia

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