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»¿Por qué su tío, Antoñita, no permitió que me quitase la vida? ¿Por qué detuvo mi brazo con aquel falaz argumento:? «¿A qué matarnos, si la muerte ha de venir por si sola?» »En parte no le faltaba razón, puesto que él se está muriendo; pero o nuestras naturalezas son distintas o él tiene la edad en su favor. Lo cierto es que yo no puedo morir. ¡Oh, Antonia!

Y entonces no habrá quien me tosa... ¡Oh!, si no lo sintiera aquí dentro, yo y seríamos iguales, tan loco el uno como el otro, y entonces que debíamos matarnos. Oíase el run run de las despedidas de doña Silvia y Rufinita en el pasillo. A poco entró la de Jáuregui, y viéndola su sobrino, se volvió al sofá, dejando a su mujer en pie en medio del cuarto.

Casi como en un instante comenzó el hielo a entumecer los cuerpos ya entristecer nuestras almas, y haciendo el miedo su oficio, considerando el manifiesto peligro, no nos dimos más días de vida que los que pudiese sustentar el bastimento que en el navío hubiese, en el cual bastimento desde aquel punto se puso tasa y se repartió por orden, tan miserable y estrechamente, que desde luego comenzó a matarnos la hambre.

Los Cários, hasta entonces nuestros amigos, tenian gran gusto en vernos reñir, y trataron de matarnos á todos, ó echarnos de la provincia. Toda la provincia de los Cários con otras, y los Agaces, se levantaron contra nosotros; por lo cual, precisados, volvimos á la union primera, é hicimos paz con los Yapirús y Nagases, naciones que tendrian 5,000 indios de guerra.

Después, entre Juanita la lañadora, las niñas de al lado y yo, cogimos una cómoda, y echándola a la calle aplastamos a dos. Querían subir a matarnos; pero ¡quía! Todo facha, nada más que facha. Más de cuarenta mujeres nos apostamos en la escalera, unas con tenedores, otras con tenacillas, estas con asadores, aquella con un berbiquí, estotra con una vara de apalear lana.

No es de maravillar, por lo tanto, suponiendo a Jehuda ben Leví tan sobrenaturalmente favorecido y amado, que Heine le proclame rey del reino del pensamiento y rey, por la gracia de Dios, inviolable e irresponsable. A nadie sino a Dios tiene que dar cuenta. El pueblo, dice Heine, podrá matarnos, pero no puede juzgarnos nunca.

Vanse luego, y salen dos muchachos huyendo, y el uno de ellos ha de ser el que se arroja de la torre, que se llama VIRIATO, y el otro SERVIO. Por dónde quieres que huyamos, Servio? Yo por do quisieres. Camina, qué floxo eres! ordenas que aqui muramos. No ves, triste, que nos siguen Mil hierros para matarnos? Imposible es escaparnos De aquellos que nos persiguen; Mas , qué piensas hacer?

Llega Vedel a Bailén creyendo encontrarnos, y los franceses que quedaron allí le dicen: «Quía, los insurgentes han repasado el río y van por Linares a ocupar el paso de la sierra; pero el general Ligier-Belair, que ha comprendido el juego, ha marchado en seguida a ocupar La Carolina, de modo que cuando lleguen los españoles, creyendo haber hecho un movimiento de primer orden, se lo encontrarán allíVedel oye esto y dice: «Han ido a cortar el paso de la sierra para impedirnos la retirada y matarnos aquí de hambre y sed.

Cuando te parezca dijo con voz sorda, para inspirar mayor pavor, saldremos a matarnos. Aquí no, porque el Montañés es amigo y no quiero comprometerlo. Fermín levantó los hombros, como si despreciase esta comedia terrorífica. Ya hablarían de matarse, pero después; según lo que resultara de su conversación. Ahora al grano, Luis. sabes el mal que has hecho. ¿Qué es lo que piensas para remediarlo?

Al concluir el secretario del conde de M... la lectura del manuscrito, reinó un sepulcral silencio que al fin hubo de romper el conde para decir: Ya ven ustedes ahora cuál es el amor del cual se muere y cuál es aquél que no consigue matarnos.