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Actualizado: 29 de noviembre de 2025


La joven, al ver a Amaury que le ofrecía la mano para ayudarla a echar pie a tierra, no fue dueña de contener un grito de alegría, al mismo tiempo que sus pálidas mejillas, se teñían de un vivo rubor. ¡Amaury! ¡Usted aquí! ¡Dios mío! ¡Qué pálido viene! ¿Está usted herido? No, Antoñita; tranquilícese usted contestó Amaury. Nadie ha resultado herido: ni Felipe ni yo...

»De aquí a dos o tres meses todo habrá terminado y no sufriré ya. »¡Dos o tres meses! ¡Qué largo es ese plazo! »Mas, ¡cuán ingrato soy! ¡Perdóname, Dios mío! El 1.º de mayo hacia las once de la mañana como tenía de costumbre, llegó Antoñita a Ville d'Avray, encontrando al doctor Avrigny inclinado un grado más, hacia la sepultura.

Y al pronunciar Antoñita estas palabras era su acento tan grave y revelaba tal resolución, que Amaury quedó asombrado al oírla. ¡Vaya! ¡vaya! exclamó procurando tomar en broma la afirmación de Antoñita. ¡A otro perro con ese hueso! ¿Va usted a decirme eso a que conozco tanto al feliz mortal que habrá de hacerle mudar de intención?

» ¿Yo? ¡Si ya lo soy! ¿Me falta algo, por ventura? Usted me quiere como un padre; Magdalena y Amaury me quieren como una hermana: ¿qué más puedo desear? » Una persona que te quiera como esposa, Antoñita; y ya me parece que he encontrado esa persona. » ¡Tío! exclamó Antoñita con acento que parecía suplicarle que no prosiguiese. » Escúchame, querida sobrina, y ya responderás luego.

Al oír estas palabras bajó Antoñita los ojos con aire triste y meditabundo, mientras el doctor decía con viveza. Cabalmente de eso estábamos hablando a tu llegada, Amaury. Sería para la dicha más grande verla ante de abandonar este mundo, feliz y amada en casa de un esposo amante y digno de ella. Vamos a ver, Amaury, ¿no conoces a alguno que pudiese llenar este fin?

No te entiendo, Antoñita, si no te explicas mejor. que me entiende usted, tío dijo la joven rodeando con sus brazos el cuello de Avrigny. ¡Ya lo creo que me entiende!... Tan bien como yo le he comprendido. ¿Pero estás loca, chiquilla? exclamó el doctor, aterrado. ¿Que me has comprendido, dices? , señor. ¡No puede ser!

Pensamos conservarle aún mucho tiempo respondió Amaury, sin acordarse de que hablaba a un hombre distinto de los demás. Pero yo tengo que hablarle de cosas muy importantes y creo que también Antoñita quiere hablar con usted de algún asunto grave. ¡Muy bien! Pues aquí estoy repuso el señor de Avrigny, revistiendo de seriedad su semblante y mirándoles con cariñoso interés.

»No quise insistir más; pero hube de preguntarme qué era lo que podría impulsar a Antoñita a convertirse en religiosa cambiando en celda la habitación de una joven como ella, hermosa, gentil, llena de gracia y que poseía un dote de doscientos mil francos.

Ámeme un poco y compadezca mucho a su hermano, »Amaury» ¡Es muy singular lo que me sucede! decía para Amaury mientras cerraba la carta repitiendo in mente su contenido. De cuantas mujeres conozco, Antoñita sería la única capaz de dar realidad a los ensueños que acariciaba yo en otro tiempo, si esos ensueños no hubiesen dejado de existir con Magdalena.

¡Usted! exclamó Amaury al ver al doctor, pues no era otro el que había pronunciado las anteriores palabras, después de haber asistido a la escena antes descrita, oculto tras de la puerta. No trataba de reprochar su conducta a Magdalena; era sólo una pregunta que a mismo me dirigía, temiendo haber sido causa de su enfado. Tranquilízate, Amaury; ni ni Antoñita tienen culpa de nada.

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