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Actualizado: 29 de noviembre de 2025


Con tal convicción se expresaba Antoñita, que Amaury comprendió que por el momento, al menos, era inútil hacer ninguna objeción; así, que se limitó a estrecharle la mano en silencio, con ternura, porque amaba a Antoñita con cariño de hermano. Pero la joven retiró la mano con rapidez, y Amaury volvió la cabeza, sospechando que algún motivo debía tener para ello.

¿Qué le extraña a usted? ¿Dice usted que su sobrino se retira ante ? En efecto, como no declare usted de un modo categórico que no abriga pretensión alguna a la mano de Antoñita. Haré más, si es preciso repuso Amaury violentándose interiormente.

Pues nada; que tenía que esconderme para comer a mi gusto. ¿Y cuando me sermoneaba porque no tengo ese aire de francesa que tiene la Antoñita, esa que está con Villalonga, y otra que llaman Sofía la Ferrolana? «Hasta en la manera de sentarse se diferencian de ti me decía . Fíjate bien en aquel aire de abandono o de viveza según los casos; en aquella gracia, en aquel modo de andar por la calle.

Cuando el joven pudo hablar, ya algo más tranquilo, después que por sus pálidas mejillas corrieron a raudales las lágrimas, dijo: Perdónenme ustedes si aumento su dolor con la expansión del mío. ¡Si supieran lo que sufro!... El anciano se sonrió con tristeza. ¡Pobre Amaury! dijo en voz baja Antoñita. Ya estoy sereno agregó Leoville.

Los celos constituyen una pasión execrable, pero que no es tan difícil de vencer, después de todo. Yo también he tenido celos de Amaury. ¿? ¿Celos de Amaury, dices? repuso Antoñita bajando a su vez la frente; los tenía porque él venía a robarme a mi hermana y porque cuando vivía con nosotros mi prima sólo tenía ojos para él y ni siquiera se acordaba de que yo estaba con ellos.

»Su padre y yo estábamos enternecidos y veíamos con lágrimas en los ojos aquella dicha inefable y ultra-terrena. ¡Allí, sólo faltaba usted, Antoñita! »No bastándole a Magdalena aquella, contemplación tranquila y reposada, me indicó que me acercase y, levantándose, se apoyó en mi brazo.

Hágase tu voluntad, hija mía... Ahora, déjame un momento a solas para que entre Amaury, que también parece que tiene que decirme algo importante. Ya te llamaré después. Y el doctor despidió a su sobrina estampando un prolongado beso en su frente virginal. Así que salió Antoñita, el señor de Avrigny llamó a Amaury en voz alta.

Hasta me pareció oír que mi hija deslizaba al oído de Antoñita esta palabra: ¡Perdón! »Después, Magdalena pareció reunir sus fuerzas para preguntar: » ¿No vas a aguardar a Amaury? ¿Vas a marcharte sin despedirte de él? » ¿Despedirme? ¿Qué necesidad hay de eso, si hemos de volver a vernos de aquí a dos o tres semanas? Hazlo en mi nombre, que eso le gustará más.

»¡Y pensar que no han transcurrido más que diez años desde que tuvo lugar esta aventura! »Esto es todo lo que acierto a escribirle hoy, Antoñita, y cuenta que tengo enfrente la inmensidad del mar... »¡Ay!

El día siguiente lo pasó Amaury esperando una carta que, según él suponía, no dejaría Antoñita de enviarle para pedirle explicaciones acerca de sus palabras de la noche anterior; pero en vano se cansó de aguardar.

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