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Actualizado: 29 de noviembre de 2025


La inglesa corrió a la estancia que Amaury le indicaba con la mano mientras que Antoñita le preguntaba: ¿Y usted por qué no entra? Porque me han cerrado la puerta y me han echado de esta casa. ¿Quién? ¡El! ¡el padre de Magdalena! Y tomando el sombrero y los guantes, Amaury huyó como un loco del palacio de Avrigny. Cuando Amaury entró en su casa encontró a un amigo que le estaba aguardando.

Desde entonces se observó que la jovial y aturdida Antoñita era la predilecta del doctor y que ella y no Magdalena poseía el privilegio de decirle cuanto le venía en gana.

Pues, hija, yo creía repuso con sequedad Magdalena que todo aquello que para era una dicha lo era también para mi amiga y mi prima, para mi buena Antoñita. ¿Necesito acaso el son de los instrumentos, el resplandor de las luces y el bullicio del baile para participar de tu dicha?

Pero la joven estaba a la sazón en el jardín, adonde había bajado, dejando sola a Antoñita, y ante ésta, se encontró Amaury cuando entró en la vasta pieza.

»Al separarme del doctor subí a mi cuarto para escribirle a usted esta carta que ahora dejo interrumpida y continuaré más tarde, pues acabo de recibir recado de Magdalena diciéndome que me aguarda, y corro a verla.» A las diez. «Puede usted reñirme, Antoñita; bien lo merezco porque temo haber cometido una gran locura. »Magdalena estaba sola.

No tardó en retirarse Antoñita, cuya desaparición no advirtieron ni Amaury ni Magdalena, y aun podría asegurarse que ambos la creían presente cuando al dar las once se les acercó la señora Braun, para recordar a Magdalena que su padre no permitía que se acostase más tarde. Hubieron, pues, de separarse por fuerza, no sin hacerse las más tiernas promesas para el día siguiente.

De pronto se abrió la puerta situada frente a esta pieza y apareció la prima de Magdalena. Siguiendo el consejo de ésta se había puesto Antoñita un sencillo traje de crespón rosado sin adornos ni flores, y no ostentaba ni aun la más insignificante joya: no podía estar vestida con más sencillez ni ver realzada de un modo más adorable su belleza hechicera.

Antoñita se interrumpió como si tuviese que hacer un gran esfuerzo para acabar la frase, y por fin, dijo: ...estoy decidida a ser su esposa. Está bien, Antoñita dijo el señor de Avrigny, y puesto que ésta es tu resolución... , padre mío, ésa es mi resolución inquebrantable contestó la joven pugnando en vano por contener los sollozos que la ahogaban.

«¡Oh, Antoñita! ¡qué ángel perdimos al perder a Magdalena! »La aguardé toda la noche y luego todo el día y toda la noche siguiente y no ha acudido. »Afortunadamente, pronto iré yo a reunirme con ella.» «Ostende, 20 septiembre. »Me encuentro en Ostende.

Además las largas excursiones por las montañas, habían fortificado su organismo, como las ideas y reflexiones lo habían hecho a su vez con su energía moral y su voluntad. La palidez de su rostro le hacía más espiritual, más serio y sencillo, más hombre, en una palabra. Al través de sus entornados ojos, Antoñita le contemplaba y sentía agitarse en su espíritu mil confusos pensamientos.

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