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Apenas había acabado de pronunciar estas palabras, cuando se vieron sobre las cofas los bultos casi imperceptibles de los marineros. ¡Acabáramos! exclamó don Melchor. ¡, que Domingo se chupa el dedo! dijo por lo bajo el marinero a quien el señor de las Cuevas había amenazado.

Volvió a sonreír Patricia con infernal malicia, y... «¿Qué... pero qué...?» balbució la señora acercándose de puntillas a la puerta de la sala. Empujola suavemente hasta abrir un poquito. No veía nada. Abrió más, más... Estaba pálida como si se hubiera quedado sin sangre... Abrió más... acabáramos. En el sofá de la sala, tranquilamente sentado... ¡Dios!, el otro. Fortunata estuvo a punto de perder el conocimiento. Le pasó un no qué por delante de los ojos, algo como un velo que baja o un velo que sube. No dijo nada.

Decid á su excelencia, vuestro amo, que soy la duquesa de Gandía. Dió otro paso atrás el maestresala. Mirad dijo Quevedo ganando aquel paso. Y mostró al maestresala el sobrescrito de la carta que le había dado la de Lemos. Acabáramos dijo el maestresala ; con haber dicho que teníais que entregar á su excelencia en propia mano... Esta carta viene sola.

Te advierto que, aunque abogado, tengo algún valor además del cívico, y me siento capaz de batirme. ¡Acabáramos! Ya ve usted que hasta le concedo la ventaja de la elección de armas, porque soy yo el ofensor. Me son indiferentes, pues no he tenido hasta hoy en mi mano una pistola ni una espada. Yo llevaré unas y otras al terreno, y sus testigos elegirán. Indique usted la hora.

Antes de que acabáramos de comer, supimos por Facia que el enfermo había vuelto a dormirse y que «el trapeu de la nieve iba tan a más, que daba gustu». Yo me acordé de la ausencia de don Sabas y de la falta que hacía al lado de mi tío, y no recibí la noticia con tanto placer como el que sentía la madre de Tona al dármela.

Sin duda os chanceáis, señor barón, repuso admirado el personaje, que no era otro sino el corregidor de Lepe. ¿Cómo he de entregaros parte de esta cadena, insignia del municipio de nuestra ciudad? Acabáramos, gruñó el veterano. Vos buscáis al barón de Morel, nuestro valiente capitán, y allí lo tenéis, que acaba de desembarcar y monta el caballo negro.

¿Y qué váis á ser vosotros? ¿Pecheros, leñadores? ¡No, arqueros! dijeron ambos á una voz. ¡Bien contestado, granujas! Ya se echa de ver que vuestro padre es de los míos. Pero ¿qué haréis cuando seáis soldados? Matar escoceses, dijo el chiquitín frunciendo el ceño. ¡Acabáramos! ¿Y qué entuerto os han hecho los pobres súbditos del rey Roberto?

Al oir el estupendo desenlace de tan extraña aventura, cuantos había en el corro prorrumpieron en una ruidosa carcajada, mientras uno de ellos dijo al narrador de la peregrina historia, que era el único que permanecía callado y en una grave actitud: ¡Acabáramos de una vez!

¡Acabáramos! pensé, y puse en práctica inmediatamente lo que me ordenaba, columpiándome sin miramiento alguno. Pues ya verá usted, Sevilla es muy golosa. En cuantito la tome usted el gusto, no habrá quien le arranque de aquí. Ya se lo he tomado. Los hombres son amables y francos; ¡las mujeres tan lindas!... Usted es una mezcla deliciosa del tipo inglés y el sevillano...

En tal caso vuestro nombre es Esteban Marvel, hijo primogénito del barón Guy del mismo apellido, muerto recientemente. El barón Esteban es mi hermano mayor, confesó en voz baja el noble y yo soy Arturo, el segundo de mi casa y de mi nombre. ¡Acabáramos! exclamó el implacable secretario.