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Así como una vez al año las doce tribus de Israel encaminábanse á Jerusalén para celebrar la fiesta de los Tabernáculos, vese en algunas playas á esos fieles hijos del mar que se dirigen en grupos de población, á rendirle sus homenajes, á confiar sus tiernos huevos á la grande y buena nodriza, encomendando sus pequeñuelos á aquélla que meció sus antepasados. Los peces.

A todos los jóvenes les gusta hacer una salida de noche, de cuando en cuando dijo. ¿Por qué no ha de gustarle también al Rey? La risa de Sarto pareció confirmar aquella interpretación de mi breve ausencia. Mi sistema dijo cuando hubimos entrado es no confiar en nadie más allá de donde sea absolutamente necesario confiar.

¿Me lo dejarás?... Ya sabes que allá en la Marina los hombres se hacen fuertes como el bronce. ¿De veras que me lo dejarás?... Dudaba de su influencia ante el gesto indignado de la suave doña Cristina. ¿Confiar su nieto al Tritón, para que le infundiese el amor á las aventuras marítimas, lo mismo que á Ulises?... ¡Atrás, demonio azul!

Me resolví a confiar a Gabriela mis amores con Angelina. Así, pensaba yo me salvaré, y no podré decirle nunca que la amo. «Usted, amiga mía, amiga cariñosa, le diría usted sabrá, antes que nadie, que en la dicha de esa joven, que es y ha sido muy desgraciada, cifro todas mis ilusiones, ¡todas mis esperanzas!

La espantaba el día en que, no pudiendo ocultar más su estado, la fuese de todo punto indispensable confiar á alguien su secreto. ¿Y cómo hacer creer á nadie la singular manera como había acontecido aquel terrible compromiso? Doña Juana, que era virtuosa y honrada, no podía menos de afligirse amargamente, y de llorar al verse sometida á aquella inaudita desgracia.

Napoleón debiera confiar el mando de la escuadra a algún español, a ti por ejemplo, Alonsito, dándote tres o cuatro grados de mogollón, que a fe bien merecidos los tienes... ¡Oh!, yo no soy para eso dijo mi amo con su habitual modestia. O a Gravina o a, que dicen que es tan buen marino. Si no, me temo que esto acabará mal. Aquí no pueden ver a los franceses.

Para el caso de que muriese este amigo de mi padre antes de la muerte de la Condesa, tuvo autorización dicho amigo de confiar a su hijo el secreto y de transmitirle la comisión. Dicho amigo se llamaba D. Diego Pimentel. Su hijo es mi marido D. Jaime. Muchos años hacía que él sabía que yo podía ser poderosa, pero no le bastó conocer la posibilidad. Necesitó de la certidumbre para enamorarse de .

Aparte tan raro modo de tener que confiar un hijo a manos extrañas, y exceptuada la fecundidad de Manuela, la existencia de don José no fue tal que pudiera tejerse con ella una novela.

»¡Ah! ¡Si yo pudiese estrechar una mano cariñosa en esas horas de mudo arrobamiento que paso de pie ante mi balcón!... ¡si me fuese dable el ver reflejadas en una tierna mirada todas mis impresiones!... ¡si hubiese un alma a quien poder confiar mis pensamientos!... »Pero ¡ay!... mi destino no lo quiere. ¡Estoy condenado a vivir y morir solo!...

La condesa no quiso confiar a nadie el encargo de arreglarlo todo y de colocar los cartuchos del oro en el cajón de los alfileres. A las diez, la canastilla salió en dirección al palacio Sanglié, mientras que el conde se dirigía a casa de la señora Chermidy. Germana y la duquesa examinaron con fría curiosidad aquellos tesoros.