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La sala era una estancia cuadrada bastante capaz y casi tan desmantelada como el resto del edificio: un sofá de paja, una docena de sillas, una consola de caoba con pequeño espejo de marco dorado encima y algunos cuadros colgados de la pared componían todo su mobiliario. La hermana tomó la guitarra luego que todos nos hubimos acomodado en las sillas, y comenzó a rasguearla dulcemente.

Augusto prosiguió el conde, dirigiéndose al joven, que acababa de entrar con el manuscrito, siéntese usted y lea: le escuchamos. Obedeció Augusto, tomando asiento en el acto, y cuando todos nos hubimos acomodado bien para ser, como suele decirse, todo oídos y no perder detalle del relato, el joven comenzó así su lectura:

Luego que hubimos bebido nuestro te y probado algunos dulces de un artístico jarrón, Hop-Sing se levantó, y haciendo gravemente seña de que lo siguiéramos, indíconos que bajásemos al sótano con él. Una vez allí, nos sorprendió verlo brillantemente iluminado y con algunas sillas dispuestas en círculo sobre el liso pavimento.

Mal librado saldría el viajero que se atreviese á poner en duda el hecho, ó á censurarlo bajo el punto de vista moral. Media hora despues, pasando por en medio de arboledas graciosas, llegamos al pueblecito de Immenssée, sobre la ribera izquierda del lago de Zug, en cuyo puerto hubimos de esperar algunas horas el vapor que debia conducirnos á Zug.

Llegado que hubimos á nuestra calle, nuestra primera diligencia fué mirar al balcon de la incógnita; pero notamos con sentimiento que no habia nadie. Entramos luego en la lechería ... todo nuestro gozo se cayó en un pozo. La patrona habia ido á San Club, y no venia hasta el dia siguiente por la tarde. Era necesario esperar veinticuatro horas.

Como illo tempore no había coches de plaza, hubimos de ir a pie, preguntando por la Rúa Ruera, la calle donde está el palacio de Somavia. Ya en la calle, nos guió hasta la misma puerta del palacio un rapacejo pelirrojo, como de mi edad, que acompañaba a una niña. ¡Niña más delicada, dulce y hermosa...! El nombre del rapaz, Celesto; de la niña, Angustias. Fuimos amigos desde luego.

A todos los jóvenes les gusta hacer una salida de noche, de cuando en cuando dijo. ¿Por qué no ha de gustarle también al Rey? La risa de Sarto pareció confirmar aquella interpretación de mi breve ausencia. Mi sistema dijo cuando hubimos entrado es no confiar en nadie más allá de donde sea absolutamente necesario confiar.

Courtrai es famosa por la célebre batalla de las Espuelas, ganada por los ciudadanos flamencos, en 1302, contra los Franceses; y la ciudad no carece de algun valor por sus antiguos monumentos góticos y sus modernos establecimientos públicos. A media hora de Courtrai, hubimos de detenernos en Mouscron, pequeña villa de cerca de 7,000 habitantes, donde se halla la Aduana.

Excitada la curiosidad de todos, quisimos recorrerla luego que hubimos descansado unos minutos y lo hicimos en tropel, entrando y saliendo por las vastas habitaciones solitarias, turbándolas con nuestros gritos y risas. En la planta baja había un gran salón de techo elevadísimo, con pavimento de azulejos colocados en caprichoso mosaico.

Cuando hubimos salido del cenador, yo otra vez en cuatro pies detrás de ella, oímos de lejos al viejo que gritaba: ¿Es posible? ¿Hanckel, mi amigo Hanckel, está aquí? ¿Por qué no me han despertado entonces, cretinos, idiotas, miserables? ¡Mi amigo Hanckel aquí, y yo roncando! ¡runfla de canallas!...