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Ni una mirada para ese espectáculo brillante y ruidoso, ni una sonrisa para ese murmullo de admiración que la sigue, para los homenajes que la rinde la más alta nobleza de Sevilla y de Córdoba. Nada puede distraerla de sus santos pensamientos. Huérfana, rica, se entrega a Dios, y en su representación a la superiora de Santa María.

Mostrábase orgullosa de que «todo fuese suyo». Estaba satisfecha de su juventud, que ignoraba el adorno de los falsos cabellos, y de su piel sana, que no conocía el arrebol del colorete. Maltrana las saludó a las dos como amigo antiguo. Buenos días, mademoiselle Ernestina. Soy, como siempre, el más ferviente admirador de su hermosa cabellera... Mis respetuosos homenajes, madame Berta.

Aquella pobre morada se había aseado y dispuesto con esmero y decencia, gracias a los cuidados de la tía María y del hermano Gabriel. Sobre una mesa se había colocado un crucifijo con luces y flores, porque las luces y los perfumes son los homenajes externos que se tributan a Dios. La cama estaba limpia y primorosa.

»Señora: »La pregunta que usted hace me hiere en lo vivo y me obliga a confesar una situación deplorable, en la que nos hallamos muchos jóvenes de mi edad, sin atrevernos a quejarnos. »Nadie desea casarse más que yo. Desgraciadamente, no tengo fortuna. Siendo reducidos mis recursos, me es tan imposible encontrar una mujer rica, como casarme con una pobre. »Homenajes respetuosos.

En uno de los libros, al abrirle al acaso, tropezaron mis ojos con un nombre de mujer: ¡MATILDE! Así, entre dos admiraciones, como un grito de alegría, como la expresión de la más dulce esperanza, como la confesión de un afecto sofocado en el pecho, que un día se nos escapa irresistible y delata ante la malicia estudiantil, ante la cruel y dura indiscreción de los condiscípulos, que una mujer de ese nombre tiene en nuestro corazón un altar, donde recibe culto y homenajes; donde sólo ella reina, señora de todo afecto puro, dueño de todos los pensamientos, soberana de nuestro albedrío.

»Mientras las muchachas pobres sean la reproducción exacta, en cualidades, defectos y gustos, de las ricas, que no se extrañen de que éstas sean preferidas. »Someto mi caso y mis reflexiones a su alto juicio, y ruego a usted que se sirva aceptar mis homenajes. ¿Qué decís de esto, hijas mías? preguntó la de Ribert. Es muy interesante respondí pensativa.

Esta resplandeciente beldad llena de encanto y de misterio, tenía, cual fácilmente puede concebirse, numerosísimos y a veces no muy delicados apreciadores entre los jóvenes y viejos amigos de la casa, pero la grave decencia, la fría reserva de la señorita de Sardonne derrotaban presto tan sospechosos homenajes.

¿No has notado nada que pudiera justificar esas, hablillas? Nada respondí con voz ahogada, sino que Luciana atrae a los homenajes y que acaso no los desprecia. ¿Nada más? Nada más. ¿Tu opinión es, entonces, que Máximo no debe dar importancia al incidente y casarse con su Luciana a ojos cerrados? Esta vez mi corazón flaqueó.

Estos sencillos homenajes son la recompensa de los que ejercemos la noble profesión de la pluma. Escribe uno un libro, publica uno treinta artículos, y la crítica habla, los compañeros hacen sus comentarios. Todo esto, ¿qué importa? Todo esto está previsto.

Aquellos cortesanos del amor pretérito, tal vez al rendir sus homenajes, pensaban sobre todo en la munificencia actual de la heredera de D. Diego, única persona que aún tenía cuatro cuartos en toda la familia; pero ella, la caprichosa cónyuge del infeliz Bonifacio, no se detenía a escudriñar los recónditos motivos por que era acatada su indiscutible soberanía sobre los suyos.