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Sea como quiera, es lo cierto, que la vizcondesa de Aymaret constituía para la señorita de Sardonne, tan sola, tan abandonada, un consuelo y una confidente de impagable precio: sólo delante de ella abandonaba alguna vez Beatriz su máscara impasible dejando correr sus lágrimas... Y, sin embargo, aun para ella guardaba su corazón un secreto.

¡Ya lo creo! replicó la encantadora vizcondesa saltando de gozo. Pero, puesto que es usted un poco confidente de la señorita de Sardonne, ¿no puede usted calcular cómo acogerá la misiva? Debo decirle con franqueza que no conozco absolutamente sus íntimos secretos... si los tiene... Pero, en fin, según lo que yo me imagino, quedaría más que sorprendida si su demanda de usted no fuera bien acogida.

Jacques, los ojos húmedos por la emoción, tomó la blanca mano que Beatriz le tendía e intentó llevarla a sus labios, pero ella la retiró suavemente: ¡Cuidado!... dijo ; si cree que debe darme las gracias, démelas usted más tarde... Se nos vigila, muy de cerca cuando estamos en este sitio... y le suplico que no traicione nuestro secreto hasta tanto que haya puesto en antecedentes a... mi bienhechora dijo la señorita de Sardonne con una sonrisa de extraña amargura al pronunciar esta última palabra.

Si algo de práctico hubo, como no puede negarse, en la larga homilía de la baronesa, será preciso excusar a la señorita de Sardonne de que verdades tales y tales advertencias no fuesen de su agrado.

Cuando un poco más tarde dio cuenta a la señorita de Sardonne de tan penosa entrevista, parecióle prudente no entrar en detalles y se contentó con decirle simplemente «que no parecía sino que la baronesa había puesto particular empeño en mostrarse desagradable en cuanto a la forma; pero en cuanto al fondo se ha limitado a hacerme comprender que yo era indigno de usted.

Fue sólo aquella noche cuando Pedro le preguntó si había leído el billete que de Elisa él le trajera, que Beatriz advirtió la turbación y el desconcertado continente del marqués. ¿Ha ido usted hoy a casa de la señora de Aymaret? le preguntó la señorita de Sardonne. ... y aun hemos tenido una conversación muy larga... y muy interesante. ¡Ah! exclamó aquélla , ¿y sobre qué? Acerca de usted misma.

El deber más penoso que la señorita de Sardonne debía llenar en servicio de la baronesa, era leerle a ésta por la noche, y a veces hasta muy tarde, en tanto la anciana dama no lograba dormirse; en seguida Beatriz se retiraba a sus habitaciones procurando a su vez conciliar el sueño, si lo conseguía la pobre enamorada: aquella noche no alcanzó ganarlo, que pasó sus mortales horas en mil veces leer y en comentar mil veces el billete de su fiel amiga; transcurrieron para ella lentos los instantes en cien veces decirse a misma que el momento de la terrible prueba no se hallaba remoto y que la conminatoria arenga de la señora de Montauron no fue más que el preludio de infernales torturas.

La señorita de Sardonne pasó por este sacrificio, y al abrazarla, la baronesa, cuyo sistema nervioso venía estando en insoportable tensión, rompió en llanto; fue para ella un alivio. ¿Sabes preguntó a Beatriz a través de sus sollozos cuánto gana por año? No le he preguntado, señora. Estos pintores, cuando llegan a adquirir fama, ganan lo que quieren... Serás rica, hija mía... ¡Esa es la verdad!

Será para un placer dijo a la vizcondesa , dar consejos a la señorita de Sardonne, aunque ella haya abandonado un poco el estudio de la acuarela... ¿La señorita de Sardonne copiaba ya la naturaleza o únicamente la muestra? La señora de Aymaret, siempre ruborizada, no pudo asegurarle nada sobre aquel particular. ¿Y qué hora preferiría la señorita de Sardonne para sus lecciones?

Y bien, amada mía prosiguió la señora de Aymaret estrechando las manos de la de Sardonne ; ¿no es eso mejor que el convento?