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No... prosiguió dirigiéndose siempre á la estatua del guerrero, y con esa sonrisa estúpida propia de la embriaguez... no creas que te tengo rencor alguno porque veo en ti un rival... al contrario, te admiro como un marido paciente, ejemplo de longanimidad y mansedumbre, y á mi vez quiero también ser generoso.

Todavía prosiguió el viejo seductor por largo rato amontonando argumentos con la fluidez insinuante que caracterizaba su discurso. Su elocuencia, secundada poderosamente por el manzanilla, logró al cabo marear, si no convencer, al sillero. Una hora después salían ambos del café con sendas brevas en la boca, colorados, risueños; despidiéndose muy afectuosamente en la primer esquina.

Un favor, añadió la Bringas, a quien aquella curiosidad desconcertó un poco . Es decir, si puedes, que si no, no hay que hablar. Usted dirá... Pues... es decir, si puedes prosiguió la dama, tragándose la hiel que tanto le estorbaba . Yo necesito una cantidad.

Mi interlocutor prosiguió como si no me oyera: El rey Eduardo VII tomó un maestro para aprenderlo, y lo ha puesto de moda. En Inglaterra, en Francia, en Bélgica, en Turquía y en Holanda, se han abierto cátedras de la asignatura.

¡Pero si hay más, Butrón, si hay más!... ¡Si es infame! prosiguió Currita muy animada . A la una me entregó anoche el buey Apis la carta... A las diez llega hoy, de repente, la policía a registrarme mis papeles... ¡Negocio redondo que buscaba el gran canalla!... ¡Coger de nuevo la carta y quedarse con mi dinero!... Pero ¿la han cogido? exclamó Butrón consternado.

Sosiégate; tu marido está fuera... Idos, muchachas añadió, dirigiéndose á las dos amigas. Dejadme solo con la enferma, á ver si logro que se sosiegue. Clara y Lucía, como si estuviesen allí clavadas, no se movieron. Doña Blanca prosiguió: Ten valor y mátame. Tu honra lo exige. Es necesario que mates también al Comendador. Está condenado. Se irá al infierno y me llevará consigo.

Guardaré el documento, como si de él dependiera mi salvación eterna. Aunque me pusieran la punta de un puñal en el pecho, no lo entregaría. ¡Os lo juro!... Pasado mañana prosiguió, cambiando de tono os lo devolveré tal cual está, y entonces deliberaremos sobre lo que tenemos que hacer.

Esotro que está en esotro aposentillo prosiguió el Cojuelo es un ciego enamorado, que está con aquel retrato en la mano , de su dama, y aquellos papeles que le ha escrito, como si pudiera ver lo uno ni leer lo otro, y da en decir que ve con los oídos. En esotro aposentillo lleno de papeles y libros está un gramaticón que perdió el juicio buscándole a un verbo griego el gerundio.

Encendió el apagado puro, tomó aliento, se pasó la mano por los bigotazos, y prosiguió en tono dulce, persuasivo, apacible, como si quisiera agradar a sus interlocutores: Vean ustedes: el mundo siempre ha sido mundo; corrupción la hubo siempre; por algo mandó Dios el Diluvio. ¿Quién se atreve a tirar la primera piedra? ¿Vamos, quien? ¿Usted, Licenciado? ¿Usted, mi señor don Cosme?

Y me preguntó con mucho interés, con «demasiado» interés, quien era un joven recién llegado a Villaverde, que vive en esta casa, y que tarde a tarde, se pasa las horas muertas, en un asiento de la Plaza, de codos en la baranda, y vuelto hacia.... Hacia la casa del señor Fernández. ¿No es eso? concluí riendo. Ella prosiguió: Y oyendo tocar a una señorita que vive allí.