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Había que meterla por las bocas de las madrigueras con un cordel en la pata, para tirar de ella cuando se quedaba dormida, ebria de sangre. El Mosco, sin dejar de hablar, sacaba del bolsillo un pedazo de queso, colocábase un pellizco de él entre los labios, y la bicha lo devoraba con grotescas contorsiones. Pero ¡qué rica!

Pero hablemos seriamente: dejemos los romanticismos, como dices. Yo soy pobre y eres inmensamente rica. ¿Serías capaz de cambiar tu vida de opulencia por una existencia modesta al lado de un hombre de trabajo, que te amaría mucho... mucho? Pepita no pareció conmoverse ante el cambio de vida que la proponían, ni sintió miedo ante la modestia de que le hablaba el ingeniero.

En las viñas, el cuidado de las cepas se hacía por los capataces y los braceros más allegados al dueño, arrostrando la indignación de los huelguistas, que les tachaban de traidores, amenazándolos con venganzas colectivas. La gente rica, a pesar de sus arrogancias, revelaba cierto miedo.

Así quisiera yo arreglarte uno... y ¡quién sabe! Mira, tengo la esperanza de que ese señor, por lo que me ha contado, en cuanto pueda rompe con la dama, la deja plantada y... yo veré cómo me las ingenio, pero malo será que no discurramos modo de quedarnos con alfombras, espejos, muebles: en fin, todo. ¿Y para quién será, rica del alma? Eso es vender la piel del lobo antes de haberlo matao.

Estaba acostumbrada a que la llamasen rica en el mundo o barbiana, y aquella era la primera vez que un hombre la galanteaba con finura.

Le gustaba contemplar desde aquella altura el inmenso señorío de la familia. Toda la gente que habitaba la rica llanura según decía don Andrés describiendo la grandeza del partido llevaba el apellido de Brull como un hierro de ganadería.

Y en contra de lo dicho, afirma en otros pasajes, por ejemplo, que el Casino de Córdoba es grandioso, y ensalza el Ateneo de Madrid, que al fin es un casino donde no se juega, encomiando su rica y selecta biblioteca, su gran salón de sesiones y sus cátedras, donde personas sabias y elocuentes enseñan diversas ciencias y facultades.

Esto de que le mirasen como un pájaro raro no estaba en su carácter, pero tenía miedo a Manolita y a los iracundos pellizcos con que acogía sus desobediencias. ¡Pobre don Melchor! ¡Cuan caro le costaba ser esposo de una mujer hermosa y rica!

Ya sabes que Joaquín Pez ha venido de la Habana, casado con una americana muy rica. Da gusto verle, según está de contento y satisfecho». Isidora palideció. Después dijo: «Ya lo sabía... Toma, si le vi, le vi una tarde. Yo iba por la Red de San Luis y pasó él en coche. Me vio, pero el tunante fingió que no me veía.

Sus facciones están demacradas, y son miserables sus escasas ropas. Entre sus descarnados y largos dedos, esponja y prepara una batea de gogo que servirá para refrescar y limpiar la cabeza del soberano de aquella casa. El soberano no es soberano, sino soberana. Es la casa de una rica y guapa mestiza.