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Como yo hablaba en español con mi familia, ó algunas veces en mal inglés, los dos Franceses creian poder charlar francamente en su propia lengua sin temor de ser comprendidos. Por sus disputas extravagantes y grotescas comprendí que venían del interior de los Estados Unidos, donde habían pasado algunos años y hecho fortuna.

Ideas malas, apoderándose de su alma, la penetraban de una dolorosa voluptuosidad. Otras caras aparecían en su memoria, deformadas, grotescas, las caras de otros que también la habían ilusionado algo, pasajeramente. Volviendo a la casa, por el mismo camino húmedo, bajo los eucaliptos, se encontró con su madre. Entonces sintió crecer incomprensiblemente su exasperación.

Esta primera zona viene á formar un zócalo de seis estribos, en cuyas caras estan representadas escenas alegóricas, alternando en andanas de graciosos relieves danzas grotescas y pastoriles con pasos de la Biblia relativos á la conduccion del tabernáculo. Remata esta zona con una preciosa crestería dorada. En los bajo-relieves mencionados alternan la plata y el oro.

En la cervecería donde comían las más de las noches, falso salón medioeval, con vigas de artesonado hechas á máquina, paredes de yeso imitando el roble y vidrieras neogóticas, el dueño mostraba como gran curiosidad un jarro de figurillas grotescas entre los bocks de porcelana que adornaban las repisas del zócalo. Ferragut lo reconoció inmediatamente: era un jarro antiguo peruano.

Era un payaso «al natural». Su nariz vivamente coloreada ya por la Naturaleza, sus ojos torcidos, la ausencia de pestañas, su boca de lobo, la disparatada anchura de sus hombros, el arco de sus piernas y, sobre todo, las muecas grotescas con que se acompaña al hablar o gruñir, provocan la risa, sin más pelucas y afeites.

Rumor de voces, estallidos de risas, guitarreos y coplas á grito pelado salían por aquella puerta roja como una boca de horno, que arrojaba sobre el camino negro un cuadro de luz cortado por la agitación de grotescas sombras.

Como mi cabeza no estaba al unísono con las demás, porque, según he dicho, el paso con el Naranjero había tenido la virtud de despejármela, las grotescas y bárbaras escenas que presenciaba me infundían profundo malestar. Deseaba irme; pero, como cualquiera comprenderá, no se me pasó siquiera por la imaginación el hacerlo.

En medio de las mayores tribulaciones, conservaba el humor jovial, los chascarrillos, las grotescas salidas de payaso á las cuales daba realce su cara espantosamente fea, surcada de costurones causados por la viruela. Tampoco le abandonaba su genio filosófico, inclinado á buscar las causas de todos los efectos y escudriñar las ocultas relaciones de las cosas. Su fuerte era la dialéctica.

Estaban solos en la cuádruple galería. La ventana iluminada del camaranchón del maestro de capilla trazaba un cuadro rojo en los tejados de enfrente. Sonaba el armónium con melancólica lentitud, y al callarse pasaba y repasaba por el cuadro rojo la sombra del músico, con sus nerviosos movimientos, que, agrandados por el reflejo, se convertían en muecas grotescas.

Aquel sillín de vaqueta, testigo mudo del paso de cien generaciones; aquellos cuadros viejos; los muebles de talla, exornados con figuras grotescas y de rarísima forma, daban á la decoración el aspecto do uno de esos destartalados laboratorios en que un alquimista se consumía devorado por la ciencia y las telarañas.