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Los que semanas antes aturdían al gobierno con sus lamentaciones, como si fuesen a morir degollados por aquellas turbas que permanecían en la campiña, con los brazos cruzados, sin atreverse a entrar en Jerez, mostrábanse ahora arrogantes y jactanciosos hasta la crueldad. Se reían del gesto fosco de los huelguistas, de sus ojos, que tenían el estrabismo malsano del hambre y la desesperación.

Detrás de él marchaban el Chivo, y un camarero de colmado, con vasos en las manos y botellas en los bolsillos. Luis, al reconocer a Fermín, se arrojó en sus brazos queriendo besarle. ¡Qué jornada! ¿eh?... ¡qué victoria! Y hablaba, como si fuese él solo quien había puesto en dispersión a los huelguistas.

El señor Fermín vivía con el pensamiento puesto en la lúgubre noche de la invasión de los huelguistas. Para él nada había ocurrido después, que fuese importante. Le parecía estar oyendo aún el retemblar de las puertas de Marchamalo, una hora antes de amanecer, bajo los golpes furiosos de un desconocido.

Pues, ¿y en los altos hornos? exclamó después el capitán, Allí va á haber cualquier día una huelga, seguida de la degollina de todos los beatos que toman las oficinas como terreno de conquista. Desde que se fué Sanabre, aquel chico tan simpático, la fundición es un infierno. Pepe tendrá cualquier día una sublevación ruidosa, y á los huelguistas no les faltará motivo.

Hay huelguistas hombres y huelguistas mujeres; entre éstas habrá usted de contar a todas las que no quieren casarse por motivos de abnegación, de salud, de sentimientos de pureza virginal, de amor al estudio, de exceso de escepticismo... de menor necesidad de la persona complementaria, es decir, del marido. Bajé la cabeza y me ruboricé ante la mirada investigadora del cura.

Lo retenían en Madrid sometido a una continua vigilancia para que no volviese a Andalucía. Y el capataz de Marchamalo, faltando su don Fernando, consideraba la huelga desprovista de interés, y a los huelguistas como un ejército sin caudillo y sin bandera; una horda que forzosamente había de ser diezmada y sacrificada por los ricos.

Además prosiguió éste, hay los huelguistas hombres, de los que no tenemos para qué ocuparnos, pues los motivos que les impiden casarse son de interés o de egoísmo, lo que es poco caballeresco... Entre los huelguistas mujeres y los huelguistas hombres hay, como siempre, víctimas de la misma huelga, que son algunas buenas y puras jóvenes que no encuentran con quién casarse por falta de un poco de dinero.

Quedaban en Marchamalo muy pocos viñadores, pero Dupont había sustituido a los huelguistas con gitanas de Jerez y muchachas venidas de la sierra al cebo de los jornales abundantes.

Como la vendimia no exigía grandes fatigas, Marchamalo estaba lleno de mujeres que se agachaban en sus laderas cortando los racimos, mientras desde el camino las insultaban los huelguistas privados de trabajo por sus «ideas». La rebeldía de los jornaleros había coincidido con lo que Luis Dupont titulaba su período de seriedad.

Evitaba presentarse en la plaza Nueva, donde se reunían en grupos los huelguistas de la ciudad, inmóviles, silenciosos, siguiendo con miradas de odio a los señores que intencionadamente pasaban por allí con la cabeza alta y una expresión de reto en los ojos. Montenegro dejó de pensar en la huelga, atraído por otros asuntos de mayor interés.