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Pero ni le indemnizaron de nada ni por amor suyo hubo bombardeo, y él adquirió tan mala reputación y crédito, que consideró prudente irse a Cuba. Ya en La Habana, como es mozo gentil y de rostro blanco y sonrosado, logró cautivar el sensible corazón de una rica heredera, muy subídita de color.

Por primera vez en su carrera criminal desde que en la Habana, por medio del vicio y del soborno, quiso fabricarse un instrumento para ejecutar sus planes, un hombre sin , sin patriotismo y sin conciencia, por primera vez en aquella vida se rebelaba algo dentro de y protestaba contra sus acciones.

¡Un mulato americano! exclamó refunfuñando. ¡Indio inglés! observó en voz baja Ben Zayb. Americano, se lo digo á usted ¿si lo sabré yo? contestó de mal humor don Custodio; S. E. me lo ha contado; es un joyero que él conoció en la Habana y que segun sospecho le ha proporcionado el destino prestándole dinero.

Nos creyeron de lleno americanos, y de la Habana por añadidura. Favor del cielo! No bien oyó aquella señora que traia encargos de un noble de la Habana, y que se trataba de un regalo de boda, cuando empezó á desdoblar blondas y encajes, empedrando nuestras orejas de miles de francos.

Luego, hace tres meses, el señor, que estaba empleao aquí, se ha ido a la Habana; dicen que es pa tener no qué categoría o señorío, y golverse y cobrar más; después, si se muere habiendo estao allí, porque él ha estao antes también, pues, si se lo lleva Pateta, le deja mu buena orfandad a la señora. Viudedad, mujer, viudedad. ¡Ah! me se olvidaba lo mejor.

Salía en coche de dos caballos, acompañado de señorones; comía siempre fuera de casa; recibía regalos de puros de la Habana y otras cosas ricas; el sastre le traía ropas y más ropas; amueblaba con lujo parte de la casa... Y de tanto pensar en la creciente prosperidad del señorito Melchor, Pecado perfeccionaba su intellectus, enriqueciéndolo con luces nuevas acerca de la propiedad, de la adquisición del número y de la cantidad, luces o ideas que burbujeaban en su cerebro, como los embriones de la belleza y el vago apuntar del plan artístico en la mente del poeta, al pasar de niño a hombre.

Para correrla con él, le parecía poco el mundo entonces, y aun se creía capaz de arremeter con éxito á una escuadra de polizontes. Por eso prefería los viajes á la Habana. Allí tenía un amigo de la infancia en cada esquina, y mientras estaba con ellos gozaba á sus anchas, porque podía comer, hablar y armarlas al estilo de Santander.

El Santísima Trinidad era un navío de cuatro puentes. Los mayores del mundo eran de tres. Aquel coloso, construido en La Habana, con las más ricas maderas de Cuba en 1769, contaba treinta y seis años de honrosos servicios. Sus poderosas cuadernas, que eran un verdadero bosque, sustentaban cuatro pisos.

Tuve que decirles que un noble de la Habana me habia dado el encargo de comprar algunos artículos de lujo, con el objeto de disponer el regalo de boda para una de sus hijas.

Se embarcó en el mismo buque que nosotros, para La Habana. ¡Qué mudado estaba, y cuán desgraciado era! ¡Estoy seguro de que no le habríais conocido; pero siempre tan suave, tan condescendiente, tan bueno! Poco tiempo después de nuestra llegada, murió de la fiebre amarilla. ¿Murió? exclamaron a un tiempo la marquesa y su hija. ¡Pobre, pobre Stein! dijo la condesa.