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Otras veces quedaba vacilante, no sabiendo cómo se hacía lo que acababa de ordenar, y era indispensable una intervención de la mestiza para sacarla del apuro. En la cocina, una gran lámpara, alimentada con la misma esencia de los motores que perforaban el suelo, servía para los guisos.

Acogió el ingeniero con una paciencia algo irónica esta consulta; pero apenas la mestiza empezó á hablar, su rostro se transformó, prestando una atención reconcentrada á todas sus palabras.

¡Oh virtud, sombra vana, esclava del azar, Ay del que en creyó! ¡Oh vino, hiel mestiza que me haces patear. Ay del que te bebió! Lector mio, hasta la vuelta de Sevres y de Versalles. =Dia décimo séptimo=. Sevres. Las dos figuras. Importancia social y artística de una fábrica de porcelana. Versalles. Sus Museos. La escuela Vernet. Impresiones varias. Vuelta á Paris.

Que vos hicisteis cosa tan mostruosa, Que bien se dice boca del infierno. Aquesta dicen fué causa forzosa De aqueste terremoto, y que el caverno Con furia levantó la gran tormenta; Aquel volcan azufre y fuego avienta. Pues no bastó el temblor tan espantoso Para que una mestiza se enmendase, Que fraguado tenia un mal famoso, Que quiso de su mal fama durase.

Además, los que mandan en eso de las obras del río tienen unos anteojos muy largos que lo descubren todo de lejos... Celinda se ruborizó, al mismo tiempo que intentaba protestar. ¡Si me parece muy bien! siguió diciendo la mestiza . Ese don Ricardo es un buen mozo y excelente persona. Un gran marido para usted, si es que don Carlos, con el geniazo que Dios le ha dado, no se opone.

Llamó á la puerta con recato, como si no quisiera ser oído por todos los habitantes de la casa, y sonrió al ver que era Sebastiana la que salía á abrirle. El señor no está: se fué con don Canterac á Fuerte Sarmiento esta mañana. ¿Y don Robledo, está bueno?... La mestiza, como muchas gentes del país, aplicaba el don indistintamente á los nombres y los apellidos.

Hablaban de subir a la cubierta de los botes, cuando una voz los detuvo sonando a sus espaldas. «Nélida... Nélida...» Ahora era la madre la que salía a su encuentro para hacerla varias recomendaciones sin importancia. Y sin saber cómo, se vio Ojeda otra vez formando parte de la familia Kasper bajo las miradas protectoras de la mestiza. Se apoyaron en una barandilla frente al mar.

Cuando la mestiza se marchó, aún se mantuvo Elena junto á la ventana viendo á los transeúntes, cada vez más numerosos, según avanzaba el ocaso. Se apartó de los vidrios al pasar algunos grupos de trabajadores á caballo ú ocupando carruajes alquilados en Fuerte Sarmiento. Volvían indudablemente del entierro del contratista. Todos, antes de alejarse, miraban de reojo la casa.

¿Le gusta á V.? me dijo mi excelente amigo Pardo Pimentel, comerciante radicado hacía años en Lucban, viendo la profunda atención con que escuchaba una melodía del Fausto, tocada al piano por la mestiza. No qué decir á V., contesté la estatua es correcta; pero el espíritu que la anima me parece frío cual el mármol. Frío, no; dotado de una potente fuerza de disimulo, .

Al levantarse Elena, bien entrada la mañana, vió con sorpresa que la mestiza no acudía á sus repetidas voces. Finalmente se presentó una de aquellas muchachas apodadas «chinitas» que trabajaban en el servicio de la casa bajo las órdenes de Sebastiana. Según declaró esta joven, la respetable mestiza no había vuelto después de su salida á primera hora.