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Alma para Dios criada Y hecha á la imagen de Dios, Advierte de Dios tocada En que son los mares dos De nuestra humana jornada. Y así hay dos puertos á entrar Y dos playas al salir: En uno te has de embarcar, Que del nacer al morir Todo es llanto y todo es mar. En estrecho fin paraba, Alma, aquel ancho camino; Y el que estrecho comenzaba, Ancho, glorioso y divino El dichoso fin mostraba.

Cuando todo desaparece de las antiguas fortalezas, y la ciencia militar, tocada por el progreso, destruye todo lo que nuestros antepasados habían tenido a honor construir, Aiglemont escapa a la destrucción y sigue presentándose orgullosamente en su recinto de fortificaciones que la mantienen y la protegen contra una caída posible en el valle.

Aun en esa misma coleccion enorme de Historias de Filipinas, mas ó menos largas, mas ó menos cargadas de sucesos maravillosos y de relatos de castigos divinos, la cuestion etnográfica es ligeramente tocada por los autores cuya ocupacion predilecta ha sido el relato de los sucesos politico-religiosos.

Había en su mirar tanta compasión, un interés tan puro y cristiano, que la pobre joven se felicitó interiormente de aquella amistad que le deparaba Dios en momentos de aflicción. Pensándolo así y dando gracias a Dios por un socorro moral de tanta valía, se sintió tocada del deseo de confiarse, de abrir un poco su corazón para mostrar sus penas.

En efecto, acababa de hablar la criada cuando apareció la señora Miguelina en el umbral llevando en una mano su libro de rezos y tocada con una austera capota negra.

La viuda siempre se sentía tocada del furor del aplauso, y para que no lo diese con aspavientos ruidosos, Rosalía se llegaba a ella con el dedo en la boca, incitándola a reprimir toda manifestación de pasmo y sorpresa, no fuera que algún sutil oído percibiese lo que en la Saleta ocurría.

¿Qué le digo?... Porque aunque no le he hablado nunca, le hablaré, si usted me lo manda. ¿Dígole que no parezca más por aquí?... ¡Ay, qué mujer! Allá va como una exhalación. Está tocada, tan tocada como su marido... Todo por no enamorarse de un hombre digno, como por ejemplo... un servidor. ¡Ah! Segismundo, paciencia. Imita a los pescadores de caña; espera, espera, que al fin ella picará.

Esto es muy serio declaró Isidora tocada en lo más vivo de su orgullo . Es usted lo más atroz... Yo que venía a que me diese pormenores y su parecer... Voy a darte mi parecer, hijita de mi alma repuso la Sanguijuelera levantándose . Pues has querido que yo te pormenores..., pobre almita mía...». En el rincón del pasillo había una larga caña que servía para descolgar los cacharros.

Lo que las musas lloraron este enlace, no es para contado; porque viéndose en la holgura, trocó el escritor los poco nutritivos laureles por la prosáica hartura de su nueva vida; y cuéntase que colgó su pluma de una espetera, como Cide Hamete, para que de ningún ramplón novelista fuera en lo sucesivo tocada.

¿Le gusta á V.? me dijo mi excelente amigo Pardo Pimentel, comerciante radicado hacía años en Lucban, viendo la profunda atención con que escuchaba una melodía del Fausto, tocada al piano por la mestiza. No qué decir á V., contesté la estatua es correcta; pero el espíritu que la anima me parece frío cual el mármol. Frío, no; dotado de una potente fuerza de disimulo, .