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Un viento caliginoso levanta pequeñas nubes de polvo; velos de vapor azulado descienden lentamente sobre el suelo. Juan apoya la cabeza en los vidrios de la galería; pero están calientes como si hubiesen permanecido todo el día en un horno. De pronto, Gertrudis se levanta. ¿Adónde vas? pregunta Martín. Al huerto responde ella.

Cada habitación del palacio era tan vasta como una casa moderna. El ventanal carecía de vidrios, como los demás huecos del edificio, y en invierno había que mantenerlos todos con las hojas cerradas, sin más luz que la que entraba por los montantes, cubiertos de cristales resquebrajados y opacos por el tiempo.

Paciencia y barajar, como se dice en nuestro país. Estoy asomado al balcon, y al inclinar la vista un poco hácia la izquierda, casi frente por frente, á través de los vidrios de un balcon principal, veo una mujer vestida de luto, jóven, muy blanca, más blanca de lo que realmente es, porque va vestida de negro.

A nadie se le persuadirá que don Francisco de Quevedo, que era en prosa y en verso un poeta lírico antes que todo, idealizador de lo feo, como quien miraba la miseria con vidrios de aumento, hizo la figura de ningún avaro real ni posible en su Licenciado Cabra.

Hizo entonces una pausada reverencia, adivinando, por detrás de la barandilla, doncellas y galanes que acababan de enmudecer. Por fin una voz exclamó: Lléguese vuesa merced a la tarima. Era Beatriz. Había que avanzar y avanzó; pero después de algunos pasos felices, llevose por delante una bandeja de metal donde vidrios y porcelanas se entrechocaron terriblemente.

Repetidas veces nos asomamos; pero fué inútil; nadie parecia en el balcon, ni nada tampoco se descubria á través de los vidrios. Así estuvimos más de hora y media. Entrada ya la noche, divisamos en la habitacion de la mujer vestida de negro el fulgor de una luz, que pasaba de una estancia á otra. Entonces cerramos las maderas, y mi mujer y yo exclamamos casi al mismo tiempo: hasta mañana.

Los vidrios de las ventanas le dirigían miradas amistosas; las lustrosas tejas del techo brillaban; se sentía, como siempre, que ese techo abrigaba el reposo de una vejez rodeada de amplias comodidades.

En alguna ventana se veía lucir tras los vidrios mojados la pálida llama de una lámpara, y por cima de los edificios notaba esa claridad indecisa que anuncia desde lejos el asiento de las grandes ciudades. Las calles estaban enlodadas, los jardinillos de las plazas encharcados con el continuo gotear de las ramas de los árboles, cuyas hojas aparecían como barnizadas por la lluvia.

Dentro de una habitación caleada, pero negruzca ya por todas partes, y donde apenas se filtraba luz al través de los vidrios sucios de alta ventana, vieron las dos muchachas hasta veinte hombres vestidos con zaragüelles de lienzo muy remangados y camisa de estopa muy abierta, y saltando sin cesar.

El cigarro que fumaba se me cayó de la mano, y yo no cómo no me caí de espaldas. ¡Un faro de cuatro tinsines que viven muriendo tras las telarañas que adornan los vidrios de un farol!